Te castigo, padre, para que me castigues, padre
viernes, marzo 07, 2014
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“Historia de la fe en el diablo”:
“Un clérigo poseía una voz tan dulce y bella, que el escucharla proporcionaba el mayor de los placeres. Un día tras haber escuchado esa delicia, exclamó un sacerdote: esa no es la voz de un hombre, sino la voz del Diablo. En presencia de todos los admiradores conjuró al demonio para que saliera, quien, en efecto, salió, tras lo cual el cadáver (pues era el diablo, y no el alma, quien había animado a aquel cuerpo humano) se derrumbó sobre el suelo y empezó a heder.” Similar, totalmente similar es la relación que existe entre la literatura y yo, sólo que mi literatura no es tan dulce como la voz de aquel monje. —Claro que para averiguar tal cosa a partir de mi letra se necesitaría ser un grafólogo consumado."
Kafka
"y creyó que esta simple observación bastaba para ridiculizarle ante el mundo entero."
Kafka
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"Kafka se hizo vegetariano —¿venganza?—, a sabiendas de que su padre nunca lo entendería, como buen hijo de carnicero que era.
Hay quienes tratan de explicar esta inclinación de Kafka por los vegetales a partir de la visión infantil de animales descuartizados colgando de ganchos; otros opinan que fue el recuerdo de Jacob, el feroz abuelo carnicero, el responsable de su aversión a la carne; y otros creen que se hizo vegetariano por consejo de los naturistas.
Pero lo cierto del caso es que
Kafka utilizó su vegetarianismo como un medio para torturar a su padre,
porque no sólo se hizo vegetariano, sino que se inscribió en la liga de los trituradores, cuya técnica consiste en masticar y masticar, mínimo muchas veces, cualquier bocado por insignificante que sea. Cuando el padre se ocupaba de despachar con vigoroso apetito todo tipo de carnes y embutidos, Kafka aparecía con un plato en el que había por toda comida, digamos, una zanahoria, una porción de coliflor, dos o tres hojas de lechuga, un par de nueces, un higo —que pelaba de distintas maneras— y de postre el jugo de un limón, algunas veces incluía piña o banano, dos frutas exóticas que le encantaban, menú que Herman miraba de reojo, sin atreverse a vociferar en yidish, como en los buenos viejos tiempos: “¡te cortaré en pedazos como un pescado!”. Kafka, que disfrutaba como nadie ese banquete de sentimientos, continuaba impasible cual rumiante, obligando al padre a taparse el rostro con el periódico para no ver el odioso espectáculo que el hijo ofrecía a sus ojos."
GUILLERMO SÁNCHEZ TRUJILLO
EL ENIGMA DE LOS MANUSCRITOS
DESCIFRAMIENTO DE EL PROCESO DE FRANZ KAFKA
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