Dostoievski, El ateísmo ruso.
lunes, marzo 23, 2015
«—Ayer estuve tomando el té con ese Aleksei Nilych —observé—. Parece que se ha vuelto loco con el ateísmo.
—El ateísmo ruso no ha pasado de ser un juego de palabras —murmuró Shatov poniendo una nueva vela donde antes no había sino un cabo.
—No. Ese hombre, si no me equivoco, no está haciendo juegos de palabras. Sencillamente no sabe hablar; mal podría hacer juegos de palabras.
—Es gente de papel. Todo eso resulta de sus pensamientos serviles —comentó Shatov con calma, sentándose en un rincón y apoyando ambas manos en las rodillas—.
En eso también anda el odio
—agregó tras un momento de silencio—. Esos hombres serían los primeros en llevarse una enorme desilusión si Rusia llegara de algún modo a transformarse, incluso a gusto de ellos;
si de pronto llegara a ser superlativamente rica y feliz.
¡Entonces no tendrían nada que odiar,
a nadie que insultar ni cosa alguna de que burlarse!
En ellos no hay más que un odio animal e infinito a Rusia, un odio que les ha corroído las entrañas…
¡Y ahí no es cuestión de lágrimas que brillan a través de las sonrisas, lágrimas que el mundo no ve! ¡Nunca se han pronunciado en Rusia palabras tan mendaces como esas lágrimas invisibles! —dijo con ferocidad.
—Pero, hombre, ¿qué está haciendo? —pregunté riendo.
—Usted es un «liberal moderado» —dijo Shatov sonriendo a su vez con ironía; y agregó al momento—: ¿Sabe usted? Puede que lo que he dicho de «pensamientos serviles» sea una tontería y que usted me replique: «Eres tú y no yo el que nació de un lacayo».
—¡Vamos, hombre, yo nunca quise decir…!
—No se disculpe, que no me asusto. Entonces nací de un lacayo, y ahora me he vuelto lacayo, tan lacayo como usted. Nuestro liberal ruso es ante todo un lacayo que parece estar buscando a alguien para limpiarle los zapatos.
—¿Qué zapatos? ¿Qué alegoría es ésa?
—¡Pero si no es una alegoría! Veo que se ríe usted… Stepan tiene razón cuando dice que estoy debajo de un peñasco, estrujado pero no despachurrado y haciendo contorsiones. Es una buena comparación.»
Dostoievski, Los Demonios.
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