Necesitaba tener cerca a otro hombre para regular su estado anímico
domingo, marzo 15, 2015
« Grigori sabía que ejercía sobre su dueño una influencia incontestable.
Fiodor Pavlovitch era un payaso astuto y obstinado, de carácter de hierro para algunas cosas, como él mismo decía, pero pusilánime en otras, lo cual le producía verdadero asombro.
En ciertos casos necesitaba un freno y, por lo tanto, un hombre de confianza a su lado.
Pues bien, Grigori era de una fidelidad incorruptible. En más de una ocasión, Fiodor Pavlovitch había estado a punto de ser vapuleado, a incluso cruelmente. Y siempre había sido Grigori el que le había sacado del apuro, sin que nunca dejara de hacerle una serie de advertencias. Pero no eran los golpes lo que inquietaba a Fiodor Pavlovitch. Había otras cosas más graves, más delicadas, más complicadas, que, sin que él supiera la razón, le hacían desear tener una persona de confianza a su lado.
Eran situaciones casi patológicas. Profundamente corrompido y lujurioso hasta la crueldad como un insecto pernicioso, Fiodor Pavlovitch, en los momentos de embriaguez, experimentaba una angustia atroz. «Entonces me parece que el alma me palpita en la garganta», decía a veces. En esos trances deseaba tener a su lado, o cerca de él, un hombre leal, enérgico, puro,
que aunque conociera su mala conducta y todos sus secretos, lo tolerase por devoción, sin hacerle reproches ni amenazarle con ningún castigo, en este mundo ni en el otro, y que le defendiese si era necesario.
¿Contra quién? Contra un ente desconocido pero temible.
Necesitaba a toda costa tener cerca otro hombre, fiel desde hacía largo tiempo, al que poder llamar en aquellos momentos de angustia,
aunque sólo fuera para contemplar su rostro o cambiar con él algunas palabras, por insignificantes que fueran.
Si le veía de buen humor, se sentía aliviado; en el caso contrario, su tristeza aumentaba.
A veces, aunque muy pocas, Fiodor Pavlovitch iba por las noches a despertar a Grigori para que fuera a sus habitaciones a hacerle compañía unos momentos. Cuando el criado llegaba, Fiodor Pavlovitch le hablaba de cosas sin importancia y luego, entre risas y bromas, lo despedía. Entonces él se metía en la cama y se quedaba dormido con el sueño de los justos.
Algo parecido ocurrió a la llegada de Aliocha.
El joven lo veía todo y no censuraba nada.
Es más, lejos de demostrar a su padre el menor desprecio, lo trataba con una afabilidad invariable y le daba continuas pruebas de sincero afecto.
Esto pareció inaudito al viejo depravado y le traspasó el corazón. Al marcharse Aliocha al monasterio, Fiodor Pavlovitch hubo de confesarse que había comprendido algo que hasta entonces no había querido comprender.»
Dostoievski, Los hermanos Karamazov
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