Dostoievski: «¿quién va a sospechar que uno tiene intenciones ocultas?»
miércoles, marzo 25, 2015
«—Escúcheme —dijo Piotr Stepanovich un poco más agitado que antes—. Cuando hace diez días venía aquí, quiero decir, a esta ciudad,
decidí, es cierto, hacer un papel.
Habría sido mucho mejor no hacerlo y presentarme como soy, con mi propia personalidad, ¿no es eso?
Nada más engañoso que la propia personalidad, porque nadie cree en ella.
Confieso que quería hacer el papel de un medio bobo, porque hacer ese papel es más fácil que presentarse tal cual uno es.
Pero como la bobería es algo extremo y lo extremo despierta curiosidad, decidí quedarme por fin con mi propia personalidad.
Pero ¿qué clase de personalidad es la mía? El justo medio: ni tonto ni listo, con bastantes pocas dotes, caído de la luna, como dicen las gentes sensatas de aquí, ¿no es así?
—Quizá lo sea —dijo Nikolai Vsevolodovich con un asomo de sonrisa. —¡Ah! ¿Así que está usted de acuerdo? Me alegro. Ya sabía que así pensaba usted también… No se preocupe, no se preocupe, que no me enfado. Le aseguro que no me expresé de ese modo para sacarle a usted, en retorno, algunas alabanzas. «No, usted no carece de dotes; no, usted es inteligente…». ¡Ah! Ahora… ¿Vuelve a sonreír? He desbarrado otra vez. Usted no habría dicho «es usted inteligente». Bueno, conformes. Passons, como dice el papá. Y, entre paréntesis, no tome a mal mi verborrea. A propósito, aquí tiene un ejemplo:
yo siempre hablo mucho, esto es, digo muchas palabras, y las digo de prisa, pero nunca doy en el blanco. ¿Y por qué digo muchas palabras y nunca doy en el blanco? Porque no sé hablar. Los que saben hablar lo hacen con brevedad. Eso demuestra mi falta de dotes, ¿no es verdad?
Pero como la dote de carecer de dotes resulta en mi caso natural, ¿por qué no servirme de ella artificialmente?
Y me sirvo de ella.
A decir verdad, al venir aquí pensaba al principio no abrir el pico; pero para callar hace falta mucho talento y, por lo tanto, es algo que no iría bien; y, por si fuera poco,
callar resulta peligroso.
En fin, resolví que lo mejor sería hablar, pero como lo haría un hombre sin dotes, esto es, hablar mucho, mucho, mucho, darme mucha prisa en probar lo que digo y terminar haciéndome un lío con mis propias pruebas, para que quienes me escuchen se vayan sin esperar el fin de mi cháchara, encogiéndose de hombros y mandándome a freír espárragos.
Total, que se les hace creer que uno es un pobre de espíritu, se los aburre
y se los deja sin entender una pizca de nada:
ahí tiene usted tres ventajas juntas. Vamos a ver, después de eso,
¿quién va a sospechar que uno tiene intenciones ocultas?
Nada, que cada uno de ellos se sentiría personalmente ofendido
si alguien dijera que voy con segundas.
Además, de vez en cuando los hago reír, lo cual es de valor inestimable. Y ahora me lo perdonan todo porque ocurre que
aquel chico listo que repartía propaganda política en el extranjero,
aquí en casa resulta ser más tonto que ellos.
¿Qué le parece? ¿Tengo que entender a través de esa sonrisa que está usted de acuerdo?»
Dostoievski, Los Demonios.
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