Dostoievski: «¿Sabe usted que un siervo poseía más amor propio que Karmazinov?»
domingo, marzo 29, 2015
«—Escuche. Para empezar provocamos una revuelta —Verhovenski siguió diciendo nerviosamente, agarrando continuamente a Stavrogin de la manga izquierda—. Ya se lo he dicho: llegaremos hasta la plebe. ¿Sabe que ya tenemos una fuerza enorme? Nuestra gente no es sólo la que mata e incendia, la que emplea armas de fuego al estilo clásico o muerde a sus superiores. Ésos sólo son un estorbo. Sin obediencia, las cosas no tienen sentido para mí. Ya ve que soy un pillo y no un socialista. ¡Ja, ja! Escuche, los tengo a todos ya contados: el maestro que se ríe con los niños del Dios de ellos y de su cuna es ya de los nuestros. El abogado que defiende a un asesino educado porque éste tiene más cultura que sus víctimas y tuvo necesariamente que asesinarlas para agenciarse dinero también es de los nuestros. Los escolares que matan a un campesino por el escalofrío de matar son nuestros. Los jurados que absuelven a todo delincuente, sin distinción, son nuestros. El fiscal que tiembla en la sala de juicio porque teme no ser bastante liberal es nuestro, nuestro. Los funcionarios, los literatos, ¡oh, muchos de ellos son nuestros, muchísimos, y ni siquiera lo saben! Además, la docilidad de los escolares y de los tontos ha llegado al más alto nivel; los maestros rezuman rencor y bilis.
Por todas partes vemos que la vanidad alcanza dimensiones pasmosas, los apetitos son increíbles, bestiales… ¿Se da cuenta de la cantidad de gente que vamos a atrapar con unas cuantas ideíllas fabricadas al por mayor? Cuando me fui al extranjero hacía furor Littré con
su teoría de que el crimen es demencia; cuando he vuelto ya no es demencia, sino sentido común, casi un deber y, cuando menos, una noble protesta.
«¿Cómo no ha de matar un hombre educado si necesita dinero?». Pero esto no es más que el principio.
El Dios ruso ya se ha vendido al vodka barato.
El campesinado está borracho, las madres están borrachas, los hijos borrachos, las iglesias vacías, y en los tribunales lo que uno oye es: «O una garrafa de vodka o doscientos latigazos».
¡Oh, que crezca esta generación! ¡Lo malo es que no tenemos tiempo que perder; de lo contrario habría que permitirles emborracharse aún más! ¡Ay, qué lástima que no haya proletariado! Pero lo habrá, lo habrá. Todo apunta en esa dirección…
—Es lástima también que seamos más tontos de lo que éramos antes —murmuró Stavrogin prosiguiendo su camino.
—Escuche. Yo he visto con mis propios ojos a un niño de seis años que guiaba a casa a su madre borracha, mientras ella lo maldecía con palabras soeces.
¿Cree que me dio placer ver eso?
Cuando dependa de nosotros, quizá los podamos curar…
Si es preciso, los mandaremos al desierto por cuarenta años…
Pero de momento son indispensables una o dos generaciones de libertinaje.
De libertinaje monstruoso, procaz, del género que hace de un hombre un bellaco asqueroso, cobarde, cruel y egoísta.
¡Eso es lo que se necesita! Y, además, un poco de «sangre fresca» para ir acostumbrándonos.
¿De qué se ríe? No me contradigo. Contradigo sólo a los filántropos y al shigaliovismo, pero no a mí mismo. Soy un pillo y no un socialista. ¡Ja, ja, ja! ¡Lástima que no tengamos más tiempo! A Karmazinov le prometí empezar en mayo y acabar a principios de septiembre. ¿Demasiado pronto? ¡Ja, ja! ¿Sabe lo que le digo, Stavrogin? Aunque el pueblo ruso emplea muchas palabrotas no tiene pizca de cinismo.
¿Sabe usted que un siervo poseía más amor propio que Karmazinov?
Aunque lo vapuleaban, seguía fiel a sus dioses, cosa que no hace Karmazinov.
—Bueno, Verhovenski, es la primera vez que lo escucho, y lo escucho con asombro —observó Nikolai Vsevolodovich—. ¿Así, pues, no tiene usted ni un ápice de socialista, sino que es una especie de… político ambicioso? —Un pillo, un pillo. ¿Le preocupa la clase de hombre que soy? Se lo digo enseguida; a eso voy. Por algo le he besado la mano. Pero también es preciso que el pueblo crea que sabemos lo que queremos y no como los otros, que «alzan los garrotes y pegan a su propia gente». ¡Ay, si tuviéramos más tiempo! Lo malo es que no lo hay.
Proclamaremos la destrucción…
porque…, ¡porque es una idea fascinante!
Pero es preciso, sí, desentumecer los músculos… Provocaremos incendios… Haremos circular algunas leyendas… Cualquier grupo ruin nos será útil… Y en esos mismos grupos encontraré para usted individuos tan dispuestos a todo que se alegrarán de enzarzarse a tiros y hasta lo tendrán a mucha honra. En fin, armaremos un zafarrancho. ¡Habrá un bochinche como el mundo no lo ha visto hasta ahora…! Rusia se verá sumida en tinieblas, la tierra llorará por sus antiguos dioses… Y entonces sacaremos…, ¿a quién?
—¿A quién?
—Al zarevich Ivan.
—¿A qui… én?
—Al zarevich Ivan. ¡A usted! ¡A usted!»
Dostoievski, Los Demonios.
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