Dostoievski el humilde.

domingo, marzo 15, 2015




«Dostoievski se abandonó, en los últimos años de su vida, a beber mucho alcohol, nos dice.»

«Es más fácil al hombre imitarlo todo que inventar nada.»


«Así pues, frente a la humildad, y sobre el mismo plano moral, si puedo decirlo, pero en la otra extremidad de ese plano: el orgullo, que se agudiza, se exaspera y se deforma, monstruosamente a veces, en la humillación.

Ciertamente, las verdades psicológicas le parecen siempre a Dostoievski lo que son en realidad: verdades particulares. Como novelista (pues Dostoievski no es solamente un teórico, es un constructor), se cuida de la inducción y sabe la imprudencia que habría (para él, al menos) en querer formular leyes generales. Esas leyes somos nosotros, si queremos, los que debemos formularlas, como abriendo camino a través del monte talar de sus libros. Esta ley, por ejemplo: que el hombre que ha sido humillado trate de humillar a su vez.

A pesar de la lujuriante extraordinariedad de su comedia humana, los personajes de Dostoievski se agrupan, se escalonan sobre un sólo plano, siempre el mismo, el de la humildad y el del orgullo; plano que nos desorienta, aunque no se nos aparece claramente al principio, por esta sola razón: que de ordinario no es en ese sentido que nosotros seccionamos y jerarquizamos la humanidad.»

«Ahora, releyendo casi todos los libros de Dostoievski después de señalada esta clasificación, me ha parecido que hay en él una análoga; menos aparente, sin duda, aunque casi tan simple, y que creo mucho más significativa. No es absolutamente su mayor o menor grado de bondad lo que puede jerarquizar (excusad esta palabra horrorosa) a sus personajes según las cualidades de su corazón; sino mejor, de su mayor o menor orgullo. Dostoievski nos presenta, por una parte,

los humildes (y algunos de ellos llevaron la humildad hasta la abyección, hasta complacerse en ésta),

y por otra, los orgullosos (y algunos de ellos llevarán el orgullo hasta el crimen). Estos serán de ordinario los más intelectuales. Los veremos, atormentados por el demonio del orgullo, dándose siempre ínfulas de caballeros.»

«Sus personajes femeninos, más aún que los masculinos, son constantemente decididos
y movidos por una razón de orgullo (véanse la hermana de Raskolnikoff, Nastasia Filipovna y Aglae Epantchin, de El Idiota; Elisabeth Nicolaievna, de Los Endemoniados, y Catalina Ivanovna, de Los Hermanos Karamazoff ).

Pero, por una mudanza que me atrevería a calificar de evangélica, los más abyectos están más cerca del reino de Dios que los más nobles; tan dominada está la obra de Dostoievski por estas profundas verdades: "Será acordado a los humildes lo que se rehusará a los poderosos".»

«Por una parte vemos el renunciamiento del yo, el abandono de sí mismo; por otra, la afirmación de la personalidad, la "voluntad de poderío", la exageración de la nobleza, y es de notar que esta voluntad de poderío en las novelas de Dostoievski, lleva siempre a la bancarrota.»

«Dostoievski alcanza, sin duda, a regiones mucho más profundas, y toca puntos mucho más importantes que cualquier otro novelista; pero se puede decir que

todos sus personajes están tallados en la misma madera.

El orgullo y la humildad constituyen los secretos resortes de sus actos,

aunque en razón de dosificaciones diversas, las reacciones son en ellos matizadas.»

«En toda la obra de Dostoievski no vemos un solo gran hombre.

Sin embargo, el admirable padre Zósima, de Los Hermanos Karamazoff , diréis... Sí, ciertamente, es la más elevada figura que el novelista ruso haya trazado; domina desde la altura todo el drama, y cuando tengamos al fin la traducción completa de Los Hermanos Karamazoff , que se nos anuncia, comprenderemos aún mejor su importancia. Pero comprenderemos también mejor lo que para Dostoievski constituye su verdadera grandeza:

el padre Zósima no es un gran hombre a los ojos del mundo. Es un santo, no un héroe.

Alcanza la santidad precisamente abdicando de la voluntad, renunciando a la inteligencia.

En la obra de Dostoievski, así también como en el Evangelio, el reino de los cielos pertenece a los pobres de espíritu.

En él, lo que se opone al amor, no es tanto el odio, sino la rumia cerebral. Frente a Balzac, si examino los seres resolutos que me presenta Dostoievski, pronto advierto que son todos seres terribles. Ved a Raskolnikoff, el primero en la lista, ante todo, un ambicioso enfermizo, que quisiera ser Napoleón y que no llega más que a matar a una prestamista y a una inocente muchacha. Ved a Stavrogin, Petro Stepanovitch, Iván Karamazoff y el héroe de El Adolescente (el único de los personajes de Dostoievski que desde el comienzo de su vida, al menos desde que él se conoce, vive con una idea fija: la de llegar a ser un Rothschild; y, como por irrisión, no hay en todos los libros de Dostoievski criatura más débil, más a merced de todos y de cada uno).

La voluntad de sus héroes, todo lo que hay en ellos de inteligencia y de voluntad, parece precipitarlos hacia el infierno;

y si busco el papel conferido a la inteligencia en las novelas de Dostoievski, me doy cuenta de que es siempre un papel demoníaco.

Sus personajes más peligrosos son también los más intelectuales.

Y no quiero decir únicamente que la voluntad y la inteligencia de los personajes de Dostoievski no se ejerzan más que para el mal; sino que, aun cuando se esfuerzan hacia el bien, la virtud que logran es una virtud orgullosa y que conduce a la perdición.

Los héroes de Dostoievski no entran en el reino de Dios más que renunciando a su inteligencia, abdicando de su voluntad personal,

más que por el renunciamiento de sí mismos.

En verdad, se puede decir que, en cierto sentido, Balzac es también un autor cristiano. Pero confrontando las dos éticas, la del novelista ruso y la del novelista francés, podemos comprender hasta qué punto el catolicismo del segundo se separa de la doctrina puramente evangélica del otro; hasta qué punto el espíritu católico puede diferir del espíritu estrictamente cristiano. Para no herir a nadie, digamos, si así lo preferís, que la Comedia Humana, de Balzac, ha nacido del contacto del Evangelio con el espíritu latino, y la comedia rusa de Dostoievski, del contacto del Evangelio con el budismo, con el espíritu asiático.»

«A decir verdad, los problemas que trata Dostoievski en el Diario de un Escritor, no son los que más le interesan: las cuestiones políticas, es preciso reconocerlo, le parecen menos importantes que las sociales; éstas, a su vez, menos importantes, mucho menos, que

las cuestiones morales e individuales. Las verdades más profundas y originales que podemos esperar de él, son de orden psicológico;

y agrego que, en este dominio, las ideas que plantea permanecen frecuentemente en estado de problemas, en estado de interrogaciones. No busca tanto una solución como una exposición.

Una exposición, precisamente, de esas cuestiones que, porque son extremadamente complejas y se mezclan y entremezclan, permanecen lo más a menudo en un estado obscuro.

En fin, para decirlo todo, Dostoievski no es propiamente hablando, un pensador; es un novelista.

Sus ideas más queridas, más sutiles y más novedosas, las debemos buscar en sus personajes, y no propiamente siempre en sus personajes de primer plano: sucede a menudo que las ideas más importantes, las más audaces,

las presta a personajes de segundo plano.

Dostoievski no puede ser más torpe cuando se expresa en su propio nombre. Se podría aplicar a él mismo esta frase que pone en labios de Versiloff, en su El Adolescente: "¿Explicarse?... No; es mejor no explicar nada. A mí me gusta hablar sin explicaciones... Casi siempre, cuando he desarrollado una idea en la que tenía fe,

no bien he terminado de exponerla, cuando he dejado de creer en ella."

Se puede también decir que es raro que Dostoievski no se vuelva contra su propio pensamiento, inmediatamente después de haberlo expresado.

Parece que éste exhala para él, de inmediato, esa hediondez de las cosas muertas, parecida a la que se desprendía del cadáver del staretz Zósima, cuando precisamente se esperaban milagros de él —y que se hacía tan penosa para su discípulo Aliocha Karamazoff, la velada mortuoria.

Evidentemente, para un "pensador", eso sería bastante vergonzoso.

Las ideas no son casi nunca absolutas. Permanecen casi siempre relativas a los personajes que las expresan, y diría más: no únicamente relativas a esos personajes, sino a un momento preciso de la vida de éstos; son, por decirlo así, obtenidas en un estado particular y momentáneo de esos personajes; son relativas; en relación y función directa con el hecho o el gesto que necesitan o que las necesita.

Desde que Dostoievski teoriza, nos decepciona.

Así, aun en su artículo sobre la mentira, él, que es de una prodigiosa habilidad para poner en escena tipos de mentirosos (y cuán diferentes del de Corneille), y que sabe hacernos comprender a través de ellos qué es lo que puede empujar al embustero a mentir, cuando quiere explicarnos todo esto, cuando emprende la teoría de sus ejemplos,

se vuelve trivial y muy poco interesante.»

«Con tales dones de observador, de creador de tramas y de reconstructor de lo real.»

«Esta última novela es también una obra tendenciosa. Ciertamente, nada es menos gratuito
— en el sentido que se da hoy a esta expresión — que la obra de Dostoievski.

Cada una de sus novelas es una especie de demostración; casi se podría decir un alegato o, mejor aún, una predicación. Y si nos atreviéramos a reprochar algo a este admirable artista, sería quizá el haber querido probar demasiado.»

«Se abandonó, en los últimos años de su vida, a beber mucho alcohol, nos dice.»

«Respecto a esto, ¿qué nos presenta Dostoievski? Personajes que, sin ningún cuidado de permanecer consecuentes consigo mismos,

ceden completamente a todas las contradicciones y negaciones de las que su naturaleza es capaz.

Parece que sea ésto lo que interesa más a Dostoievski: la inconsecuencia. Lejos de ocultarlo, lo hace notar sin cesar; lo ilumina. Hay sin duda en él, mucho inexplicado. No creo que haya mucho de inexplicable, desde que admitimos en el hombre, así como Dostoievski nos invita a verlo, la cohabitación de sentimientos contradictorios. Esta cohabitación parece a menudo en Dostoievski

tanto más paradojal cuanto que los sentimientos de los personajes son llevados al extremo, exagerados hasta el absurdo.»

«Pero en Dostoievski. lo desconcertante es la simultaneidad de todo esto, y la conciencia que guarda cada personaje de sus inconsecuencias, de su dualidad. Sucede que tal héroe suyo, víctima de la emoción más viva, duda si la debe al odio o al amor. Los dos sentimientos opuestos se mezclan y se confunden en él.»

«Escuchemos a Versiloff, el padre del Adolescente: (...)

"Puedo experimentar muy bien dos sentimientos contrarios sin que intervenga en ello mi voluntad."»

«Una borrasca de sentimientos contradictorios obscurecía su razón.»

«Y Stavroguin, el extraño héroe de Los Endemoniados nos dirá: "Puedo, como lo he podido siempre, experimentar el deseo de hacer una buena acción, y siento placer en ello.

Al lado de esto, deseo también hacer mal y siento, igualmente, satisfacción". (Los Endemoniados, (Col. Universal, III, pág. 357).»

«Y nunca el héroe está más cerca del amor, que cuando acaba de exagerar su odio, y nunca más cerca del odio que cuando llega a exagerar su amor.

Descubrimos en cada uno de ellos y sobre todo en los caracteres de mujeres, un inquieto presentimiento de su inconstancia. El temor de no poder mantener mucho tiempo el mismo genio y la misma resolución, los empuja a menudo a una brusquedad de acción desconcertante. "Como me constaba desde hace mucho tiempo, dice la Lisa de Los Endemoniados, que mis resoluciones no duran más que un minuto, me decidí inmediatamente" (Los Endemoniados, III, pág. 110).»

«Y constatemos primeramente que

casi todos los personajes de Dostoievski son polígamos;

es decir, y sin duda una satisfacción acordada a la complejidad de su naturaleza, que casi todos son capaces simultáneamente de varios amores. Otra consecuencia, y si puedo decirlo, otro corolario que se desprende de estos postulados, es la casi imposibilidad de despertar celos.

No saben, ni pueden volverse celosos.»

«"Los celos dice Coleridge, hablando de Otelo precisamente — no me parecen ser lo que se dice... Es necesario más bien ver en ellos la angustia y la agonía

de encontrar impura y despreciable la criatura que le parecía angélica,

de la que había hecho el ídolo de su corazón y a la que no podía dejar de amar. Sí, la lucha y el esfuerzo para no amarla más; es la indignación moral y la desesperación ante este fracaso de la virtud lo que le hacía exclamar: But yet the pity of ít lago, o lago, the pity of it, lago.»

«Distingo en los personajes de sus novelas tres capas, tres regiones:

una región intelectual, extraña al alma y de donde emanan no obstante las peores tentaciones. Es allí donde habita, según Dostoievski, el elemento pérfido, el elemento demoníaco. No me ocuparé en este instante más que de

la segunda capa, que es la región de las pasiones, región devastada por torbellinos tempestuosos; pero, por trágicos que sean los acontecimientos que esas tempestades determinan, el alma misma de los personajes no se siente precisamente afectada por ellas.

Hay todavía una región más profunda, que la pasión no llega a turbar.

Es esta región la que nos permite esperar con Raskolnikoff esa resurrección (y le doy a esta palabra el sentido que le da Tolstoi), ese "segundo nacimiento", como decía Cristo. Es la región donde vive Muischkin.»

«Es más fácil al hombre imitarlo todo que inventar nada.

¡Cuántos seres aceptan vivir toda su vida contrahecha por el engaño,
y encuentran, a pesar de todo y en la misma mentira convencional, más comodidad
y menos exigencia de esfuerzo que en la afirmación sincera de su sentimiento particular!»

«Os he hablado, en nuestra última conversación, de esas tres capas o regiones que parece distinguir Dostoievski en la personalidad humana,—de esos tres estratos: la región de la especulación intelectual, la región de las pasiones, intermediaria entre la primera y la tercera, región esta última, a que no alcanza el movimiento de las pasiones. Esas tres capas no están evidentemente separadas, ni aun propiamente delimitadas. Se penetran unas a otras continuamente.»

«Esta exaltación de la sensación, esa inhibición del pensamiento, no está indicada en ninguna parte mejor que en ese pasaje de Los Endemoniados, que está a continuación del que os leía recién:

"—Parece usted muy dichoso, Kiriloff—dijo Stavroguin.

—Soy muy dichoso, efectivamente—asintió con el mismo tono que si se tratara de cualquier otra cosa.

—Pero no hace aún mucho tiempo, usted estaba de mal humor, hallábase disgustado con Liputin.

—¡Bah! Ahora ya no gruño. Entonces no sabía aún que era dichoso. ¿Ha visto usted alguna vez una hoja, una hoja de árbol?

—Sí.

—Últimamente he visto una: estaba amarilla, pero conservaba aún, en algunos sitios, su color verde; los bordes se habían podrido. El viento la arrastraba. Cuando yo tenía diez años, ocurríaseme en el invierno cerrar los ojos intencionadamente y representarme una hoja verde de venas claramente dibujadas, un sol, brillante. Abría los ojos, creía soñar, tan hermosa era la visión, y volvía a cerrarlos.

—¿Qué significa eso? ¿Es una alegoría?

—No... ¿Por qué? No es una alegoría. Hablo solamente de la hoja. La hoja es bella. Todo está bien.

..............................................................................................

—¿Cuándo ha tenido usted conocimiento de su felicidad ?

—El martes pasado, el miércoles más bien; en la madrugada del martes al miércoles.

—¿Con qué motivo?

—No lo recuerdo. Surgió por casualidad. Me paseaba por mi cuarto... Esto es lo de menos. Detuve el reloj; eran las dos y treinta y siete".

Pero, diréis, si la sensación triunfa del pensamiento,

si el alma no debe conocer otro estado que ese estado vago, disponible, y a merced de toda influencia exterior,

¿qué puede resultar de eso sino la completa anarquía?

Se nos ha dicho, se nos ha repetido frecuentemente estos últimos tiempos, que

aquí está la conclusión fatal de la doctrina de Dostoievski.

La discusión de esta doctrina podría llevarnos muy lejos, pues yo oigo desde ya las protestas que podría provocar si llegara a afirmar: no, no es a la anarquía a lo que nos conduce Dostoievski, sino simplemente al Evangelio. Pero es necesario que nos entendamos en esto. La doctrina cristiana, tal como está contenida en el Evangelio, no se nos aparece vulgarmente a nosotros los franceses, sino a través de la iglesia católica, y domesticada por la iglesia. Ahora bien,

Dostoievski tiene horror por las iglesias, y por la católica en particular.

Pretende recibir directa y exclusivamente del Evangelio, la enseñanza de Cristo,

y es precisamente eso lo que el catolicismo no admite.»

«Así pues, si no a la anarquía, es a una especie de budismo, de quietismo, al menos, a donde nos conduce Dostoievski (y veremos que a los ojos de los ortodoxos no es esa su única herejía). Nos lleva muy lejos de Roma (quiero decir, de las encíclicas), y muy lejos también del honor
mundano.»

«La cuestión del diablo, si puedo hablar así, ocupa un lugar considerable en la obra de Dostoievski. Algunos verán, sin duda, en él un maniqueo.»

«Dostoievski hace habitar al diablo no ya en la región baja del hombre,—o que el hombre puede convertirse por entero en su albergue o su presa—sino en la región más alta, en la región intelectual, en la del cerebro. Las grandes tentaciones que el Maligno nos presenta son, según Dostoievski, tentaciones intelectuales, problemas.»

«Leemos estas palabras en Los Endemoniados. Volvemos a encontrarlas en Los Hermanos Karamazoff.

"Si Dios existe, todo depende de El y nada puedo sin su voluntad.
Si no existe, todo depende de mí y estoy obligado a afirmar mi independencia".

¿Cómo afirmar su independencia? Aquí comienza la angustia. Todo está permitido. ¿Pero, qué? ¡Todo! ¿Qué puede un hombre? Cada vez que en los libros de Dostoievski vemos a uno de sus héroes plantearse este problema, podemos estar seguros de que poco después asistiremos a su bancarrota.»

«El fracaso de cada uno de estos héroes intelectuales estriba igualmente en esto: que Dostoievski

considera al hombre de inteligencia como casi incapaz para la acción.

En La Voz del Subsuelo, ese pequeño libro que escribió poco antes de El Eterno Marido, y que señala para mí

el punto culminante de su carrera, que es como la llave de bóveda de su obra, o, si lo preferís, la que da la clave de su pensamiento...»

«El espíritu no obra, hace obrar.

Encontramos en varias novelas de Dostoievski este singular reparto de papeles, esta inquietante vinculación, esta connivencia secreta que establece entre

un ser pensante y el que, bajo la inspiración del primero y como en su lugar, obrará.»

«Hay en todos estos subalternos, estos "micos", estos lacayos, en todos estos seres que obrarán en lugar del intelectual, un amor, una devoción fruto de la superioridad diabólica del espíritu.»

«El intelectual se siente feliz al dominar al otro, pero se siente a la vez exasperado con ese otro que le presenta en su torpe acción algo así como una caricatura de su propio pensamiento.»

«Es raro, por cierto, que cada personaje de Dostoievski no dé en uno u otro momento, y a menudo de la manera más inesperada, la clave, por así decir, de su carácter, en alguna frase que de improviso se le escapa.

He aquí lo que Stavroguin dice de sí mismo:

"Nada me une a Rusia; allí como en todas partes me siento extranjero. Es verdad que aquí (en Suiza), más que cualquier otro lugar, he encontrado insoportable la vida, pero ni aun aquí puedo detestar nada. Sin embargo, dondequiera he puesto a prueba mi fuerza. Usted hubo de aconsejarme que lo hiciese así "para aprender a conocerme". En estas experiencias, como en toda mi vida anterior, me he mostrado inmensamente fuerte. Pero, ¿a qué aplicar esta fuerza? He aquí lo que nunca he sabido, lo que ni aún hoy sé. Puedo, como siempre lo he podido,

experimentar el deseo de hacer una buena acción y regocijarme por ello. Pero junto a eso deseo también hacer el mal, e igualmente siento en ello satisfacción".

«Dostoievski ha pasado toda su vida atormentado por el horror del mal
y por la idea de la necesidad del mal, a la vez (y por el mal, entiendo igualmente el sufrimiento).»

«Es esto lo que que me llevaba a deciros, cuando veíamos al staretz Zósima prosternarse ante Dmitri y a Raskolnikoff ante Sonia, que no era sólo ante el sufrimiento humano que

se inclinaban; lo era también ante el pecado.»

«Las cosas nuevas parecen siempre paradojales.»

«No hay artistas entre los santos, ni hay santos entre los artistas.»

"La belleza — exclama Dmitri Karamazoff — es una cosa terrible y espantosa; algo terrible. Allí el diablo entra en lucha con Dios, y el campo de batalla es el corazón del hombre".

«Ante todo el optimismo, ese salvaje amor por la vida,

— que encontramos en toda la obra de Dostoievski, —

por la vida y por el mundo entero, ese "inmenso mundo de delicias"

de que habla Blake, donde habita tanto el tigre como el cordero. "

—¿Ama a los niños?

—Los amo — dijo Kiriloff, si bien con gran indiferencia.

—Entonces, ¿también ama a la vida?

—También la amo. ¿Le asombra?

—Pero, ¿no está decidido a levantarse la tapa de los sesos?"

«Ya hemos visto a Dmitri Karamazoff pronto a matarse en una crisis de optimismo y por puro entusiasmo : "—Y bien, ¿por qué mezclar dos cosas tan distintas la una a la otra?

La vida existe y la muerte no existe.

...................................................................................................

—Parece Ud. dichoso, Kiriloff.

—Soy muy dichoso, efectivamente — asintió con el mismo tono que si se tratara de cualquiera otra cosa.

—Pero no hace aún mucho tiempo Ud. estaba de mal humor. Hallábase disgustado con Liputin.

—¡Bah! Ahora ya no gruño. Entonces no sabía aún que era dichoso...

El hombre es desgraciado porque no conoce su felicidad,

solamente por eso.

El que sepa que es dichoso lo tendrá todo en seguida, al momento mismo...

todo está bien.

Lo he descubierto bruscamente.

—¿Y si se muere uno de hambre? ¿Y si violan a una niñita? ¿Estará bien, también?

—Sí; todo estará bien para quien sepa que todo es así.".

No hay que juzgar mal esta aparente ferocidad que se ve reaparecer con frecuencia en la obra de Dostoievski. Forma parte del quietismo, análogo al de Blake, de ese quietismo que me hacía decir que el cristianismo de Dostoievski está más cerca del Asia que de Roma. Aun cuando esta aceptación de la energía de Dostoievski, que se convierte incluso en una glorificación de la energía en Blake, sea más occidental que oriental. Pero Blake y Dostoievski están el uno y el otro demasiado deslumbrados por las verdades del Evangelio para no admitir que

esa ferocidad es transitoria

y el resultado pasajero de una especie de ceguera, es decir, que está llamada a desaparecer.»

«Pero hombres que se hayan matado porque sí, y

únicamente para demostrar su independencia,

no los ha habido aún: yo seré el primero.

«—...Estoy obligado a afirmar mi incredulidad — prosiguió Kiriloff paseando a grandes pasos por la estancia. —

Para mí no hay más alta idea que la negación de Dios.

Me acompaña la historia de la humanidad.

El hombre no ha hecho más que inventar a Dios para vivir sin matarse,

he aquí el resumen de la historia universal hasta ahora.

He sido el primero en la historia del mundo

que ha rechazado la ficción de la existencia de Dios".

«No soy aún Dios más que a la fuerza.»

"Si yo me salvara a mí mismo, entonces seríais vosotros los sacrificados. Para salvaros, yo me pierdo y os hago sacrificio de mi vida".

"Me he hecho un lío con mis propios datos, y la conclusión contradice directamente las premisas."


Gide, Dostoievski.

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