Dostoievski «Piotr Stepanovich había hecho por lo visto penitencia y recibido perdón, dando a las autoridades a tal efecto los nombres de varias personas, con lo que quizás había logrado también purgar su culpa, prometiendo además que en adelante sería útil a la patria.»
miércoles, marzo 25, 2015
«Piotr Stepanovich casi al mismo tiempo se hizo conocido por todos, apenas cuatro días después de su llegada. Hizo su aparición el domingo, y ya el martes lo vi en coche con Artemi Pavlovich Gaganov, hombre orgulloso, irritable y activo a pesar de su vida mundana, con quien, por su carácter, era especialmente difícil llevarse bien. En casa del gobernador también se recibía a Piotr Stepanovich con sumo agrado, hasta el punto de que en seguida se lo tuvo por amigo íntimo y, sin exagerar, casi como el niño mimado de la familia. Comía con Iulia Mihailovna casi a diario. La había conocido en Suiza, pero en el éxito fulminante que logró en casa de Su Excelencia había sin duda algo peculiar.
Al fin y al cabo, se lo había reputado durante algún tiempo revolucionario emigrado, lo que podía o no ser verdad; había colaborado en el extranjero en publicaciones subversivas y participado en congresos, «lo cual podía probarse por los periódicos»,
como me dijo con malicia Aliosha Teliatnikov, hoy día, ¡ay!, funcionario jubilado de baja categoría, pero antes niño mimado también en casa del gobernador anterior. Hay, sin embargo, que destacar un hecho importante:
el antiguo revolucionario regresó a su amada patria no sólo sin mostrar inquietud, sino casi invitado a hacerlo;
por consiguiente, carecía de fundamento lo que de él se decía. En cierta ocasión, Liputin me confió en secreto que, según decían,
Piotr Stepanovich había hecho por lo visto penitencia y recibido perdón, dando a las autoridades a tal efecto los nombres de varias personas, con lo que quizás había logrado también purgar su culpa, prometiendo además que en adelante sería útil a la patria.
Yo repetí esas malignas palabras a Stepan Trofimovich, que, a pesar de no estar en condiciones de pensar claro, reflexionó mucho sobre el caso. Más adelante se supo que Piotr Stepanovich había venido a nuestra ciudad con cartas de recomendación absolutamente intachables; en todo caso era portador de una para la gobernadora, escrita por una anciana de la alta sociedad de Petersburgo cuyo marido era uno de los caballeros más conocidos de la capital. Esta dama, madrina de Iulia Mihailovna, advertía en su carta que también el conde K* conocía bien a Piotr Stepanovich por mediación de Nikolai Vsevolodovich, que lo había tratado cordialmente y que lo consideraba «joven honorable a pesar de errores pasados». Iulia Mihailovna apreciaba en mucho sus escasas relaciones con el «gran mundo», mantenidas con tanto ahínco, y por supuesto se alegró mucho de la carta de tan notabilísima señora. Pero, conociendo esto, había algo que no terminaba de conformar a todos. Quisiera también destacar, especialmente por el interés que pueda tener, que hasta Karmazinov, el gran escritor, se mostró benévolo con Piotr Stepanovich y en seguida lo invitó a su casa. Tanta presteza en un hombre tan envanecido como Karmazinov fue lo que más hirió la sensibilidad de Stepan Trofimovich. Yo, sin embargo, lo veía de otro modo.
A través de la invitación al nihilista, Karmazinov tenía el claro propósito de relacionarse con los jóvenes progresistas de Petersburgo y Moscú. Aterrado ante los jóvenes revolucionarios, el gran escritor creía con total ignorancia que esa gente era clave para el futuro de Rusia.
De modo que se humillaba congraciándose con quienes no lo tomaban en cuenta.»
Dostoievski, Los Demonios.
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