Dostoievski «no podía aguantar la soledad»
domingo, marzo 22, 2015
«Era cierto, en los últimos tiempos nuestro amigo había adoptado muy malos hábitos. Se había echado a perder rápida y visiblemente, y era verdad que llevaba un aspecto desaliñado. Bebía más, se había vuelto más llorón y débil de nervios a la vez que sensible en demasía a todo lo exquisito. Su rostro adquirió la extraña facultad de alterarse con inusitada rapidez; pasaba, por ejemplo, de la expresión más exaltada a la más ridícula y aun estúpida.
No podía aguantar la soledad y ansiaba continuamente que lo entretuvieran.
Era absolutamente imprescindible contarle algún chisme, algún incidente de la ciudad, y que fuera nuevo cada día. Si pasaba algún tiempo sin que fueran a verlo, deambulaba tristemente por las habitaciones, se acercaba a la ventana, se mordía abstraído los labios, suspiraba hondamente y acababa llorando.
Tenía presentimientos, sentía miedo de algo inesperado e inevitable,
se volvió asustadizo y empezó a prestar cuidadosa atención a los sueños.
Todo ese día, hasta llegada la noche, lo pasó en aguda melancolía, me mandó llamar, estuvo muy agitado, habló largo y tendido pero de manera inconexa. Varvara sabía ya desde hacía tiempo que no tenía secretos conmigo. Se me figuró, por último, que le preocupaba algo especial, algo que tal vez él mismo no podía explicarse. Antes, por lo común, cuando estábamos solos y empezaba a lamentarse, se traía una botella al cabo de un rato y con ello se consolaba muy eficazmente. En esta ocasión no había vino y se echaba de ver que más de una vez reprimió el deseo de mandar por él. —¿Por qué está enojada conmigo? —se quejaba a cada instante, como un chicuelo—.
Tous les hommes de gènie et de progrès en Russie étaient, sont et seront toujours jugadores de cartas y borrachines que beben como camellos…, y yo aún no soy un jugador ni un bebedor de ésos…
Me recrimina porque no escribo nada. ¡Singular idea…! ¿Que por qué estoy acostado? «Debiera usted (me dice) estar de pie como un ejemplo y un reproche». Mais, entre nous sois dit, ¿qué puede hacer un hombre predestinado a estar de pie como «un reproche» sino sentarse? ¿Sabe ella eso? Por fin me resultó patente el motivo de la principal y especial congoja que de modo tan persistente lo atenaceaba en esa ocasión. Varias veces esa noche se acercó al espejo y estuvo ante él largo rato. Luego le volvió la espalda y me dijo con extraño desaliento: —Mon cher, soy un hombre echado a perder. Y efectivamente, hasta entonces, hasta ese mismo día sólo de una cosa había estado completamente seguro, a pesar de las «nuevas opciones» y «cambios de ideas» de Varvara, a saber,
que seguía hechizando su corazón de mujer, y no sólo como perseguido o como erudito famoso, sino también como hombre guapo.
Veinte años llevaba arraigada en él esta lisonjera y tranquilizadora convicción, y tal vez a ella, más que a otra ninguna, le costaba sumo trabajo renunciar. ¿Presentía él esa noche la prueba colosal a que sería sometido en un futuro muy próximo?»
Dostoievski, Los Demonios.
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