Las reformas sociales propuestas por Dostoievski.

martes, marzo 03, 2015




«... fue el pensamiento que cruzó por el cerebro de Ivan Ilich. —No, señor, ya era hora, hace tiempo que ya era hora —prosiguió exaltado—. Se han retrasado mucho y, en mi opinión, el humanitarismo es lo primero, el humanitarismo para con los subordinados, el recordar que también son seres humanos.

El humanitarismo lo salvará todo y sacará todo adelante...

—Je, je, je —se oyó del lado donde estaba Semion Ivanovich. —¿Pero por qué nos está usted reconviniendo? —objetó por fin Stepan Nikiforovich con amable sonrisa. —Confieso, Ivan Ilich, que todavía no acierto a comprender lo que nos está usted explicando.

Usted encomia el humanitarismo. Eso significa amor al prójimo, ¿verdad?

 —Sí, quizá, si quiere llamarlo amor al prójimo. Yo...

—Permítame. Por lo que colijo, no se trata sólo de eso. El amor al prójimo ha sido necesario siempre.

La reforma no se limita a eso.

Han surgido problemas con respecto al campesinado, a la magistratura, a la propiedad agrícola, a los arrendamientos, a la moral, a.. a... en fin, un sinfín de problemas, y todo eso junto y planteado a la vez puede dar lugar a grandes, por así decirlo, trastornos. He aquí en lo que andamos retrasados, y no sólo en el humanitarismo...»

«—No obstante, sostengo y sostendré siempre la idea de que el humanitarismo, y más precisamente

el humanitarismo para con los subordinados,

desde el oficial de negociado hasta el escribiente, desde el escribiente hasta el criado, desde el criado hasta el campesino—,

el humanitarismo, digo, puede servir, por así decirlo, de piedra angular para las reformas y, en general, para la renovación de las cosas.

¿Por qué? Pues verá por qué. Tome el silogismo:

soy humanitario, por consiguiente me estiman;

me estiman, por consiguiente confían en mí;

confían en mí, por consiguiente creen en mí, creen en mí;

por consiguiente me estiman... mejor dicho, no, quiero decir que si creen en mí creerán en la reforma, comprenderán, por así decirlo, el meollo mismo del asunto,

se abrazarán moralmente, por así decirlo, y lo resolverán todo fundamental y amigablemente.»

«Más difícil es no entender que entender.

Lo que importa es que yo estoy convencido, convencido hasta el tuétano.

Humanitarismo... amor al prójimo. Devolver al hombre su humanidad... fomentar su propia dignidad y entonces... cuando el material está a punto, manos a la obra. ¡La cosa parece clara, sí, señor! Permítame, Excelencia; considere este silogismo: tropezamos, pongamos por caso con un funcionario, un funcionario pobre y agobiado. «Vamos a ver... ¿quién eres?» Respuesta: «Un funcionario». Bien, funcionario; sigamos: «¿Qué clase de funcionario?» Respuesta: «De tal o tal clase». «¿Trabajas?» «Trabajo». «¿Quieres ser feliz?» «Quiero». «¿Qué necesitas para serlo?» Tal o cual cosa. «¿Por qué?». Porque... Y ese hombre me entiende en dos palabras:

ese hombre es mío, le tengo cogido en mi red, por así decirlo, y hago con él lo que me viene en gana, por supuesto en provecho suyo.»

«Todos hablamos de magnanimidad, pero no somos capaces de un acto de heroísmo... ¿Qué clase de heroísmo? Pues el siguiente: dadas las relaciones que los miembros de la sociedad mantienen ahora entre sí, el meterme yo, yo, a la una de la madrugada en la fiesta de boda de un subalterno mío, un escribiente de diez rublos de sueldo mensuales, sería causa de confusión, produciría un torbellino de ideas, sería algo así como el último día de Pompeya ¡el caos! Nadie lo entendería. Stepan Nikiforovich llegaría al día de su muerte sin entenderlo. Porque así lo dijo: «no estaremos a la altura de las circunstancias»... Sí, pero esos son ustedes, los viejos, la gente anquilosada y rutinaria, porque yo sé que sí lo estoy. Yo transformaré el último día de Pompeya en el día más venturoso de mi subalterno, y una hazaña insólita en algo corriente, patriarcal, elevado y edificante. ¿Cómo? Pues vea usted. Escuche, por favor...»

«Ni que decir tiene que, como caballero que soy, les trataré de igual a igual, de ningún modo exigiré atención especial... Pero desde el punto de vista moral hay otra cuestión:

comprenderán y me apreciarán como es debido...

Mi proceder despertará en ellos el sentido de la dignidad...

Me quedaré media hora... quizá una hora entera. Me marcharé por supuesto antes de la cena y ellos se desvivirán, trajinarán en la cocina, me pedirán encarecidamente que me quede, pero yo me limitaré a beber una copa a su salud y declinaré la invitación a cenar. Pretextaré que tengo asuntos a que atender. Y apenas pronuncie la palabra «asuntos» se les pondrá a todos, respetuosamente, la cara larga.

De este modo les recordaré con tacto quienes son ellos y quién soy yo, cuál es la diferencia. Como del cielo a la tierra. No es que yo quiera llamarles la atención sobre ello, pero es necesario... hasta indispensable desde el punto de vista moral, dígase lo que se diga.

Pero sonreiré seguidamente, me reiré incluso, con lo cual se animarán... Bromearé una vez más con la novia, hum... más aún, le diré que a los nueve meses justos volveré como padrino, ¡je, je! Y ella probablemente dará a luz por entonces, porque esas gentes se multiplican como conejos. Todos soltarán el trapo a reír y la novia se pondrá como la grana. Le daré un beso afectuoso en la frente, incluso le echaré la bendición...

y al día siguiente vuelvo a ser severo, al día siguiente vuelvo a ser exigente, incluso insensible, pero ya todos sabrán qué clase de hombre soy. Conocerán mi espíritu, mi verdadera índole:

«Como jefe es severo, pero como hombre es un ángel».

Y ganaré la partida: los habré atrapado con sólo un pequeño gesto que a ustedes, señores, no se les ocurriría siquiera.



Son míos; yo soy su padre y ellos son mis hijos...



Bueno, Stepan Nikiforovich, Excelencia, a ver si puede usted hacer lo mismo...

¿Sabe usted, comprende usted, que Pseldonimov contará a sus hijos cómo el general mismo estuvo comiendo y hasta bebiendo en su boda? Y esos hijos se lo contarán a los suyos, y éstos contarán a sus nietos como recuerdo sagrado que un alto funcionario, un estadista (pues para entonces ya lo seré), les hizo el honor de... etc., etc.



Porque levantaré moralmente al humillado, le devolveré a sí mismo...



¡Pensar que tiene diez rublos mensuales de sueldo! Si repitiera esto cinco veces, o diez, o hiciera algo por el estilo,


llegaría a ser universalmente popular...


Quedaría impreso en el corazón de todos,


y ¡quién sabe lo que de ello podría resultar, a lo que podría llevar la popularidad...!»


Dostoievski, Un episodio vergonzoso.

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