Dostoievski: «Mirad, me parece que me desdoblo.»

miércoles, marzo 11, 2015



«Mirad, me parece que me desdoblo

- nos miró a todos con rostro. terriblemente serio y con el más sincero deseo de
franquearse -. En verdad, me desdoblo con el pensamiento, y eso es lo que temo tanto.

Se diría que uno tiene al lado a su doble;

uno es sensato y razonable, pero el otro quiere hacer, completamente a la vera de uno, una absurdidad o a veces una cosa muy graciosa, y de repente se nota que es uno mismo quien quiere hacer esa cosa graciosa, y Dios sabe por qué;

uno lo quiere como a pesar suyo, lo quiere oponiéndose a eso con todas sus fuerzas.

Conocí una vez a un doctor que, en los funerales de su padre, en plena iglesia, se puso de pronto a silbar. Verdaderamente, hoy me daba miedo de ir al entierro, porque se me había metido en la cabeza la completa certidumbre de que de pronto me pondría a silbar o a soltar carcajadas, como aquel desgraciado doctor, que acabó bastante mal...

Y verdaderamente no sé por qué el recuerdo de ese doctor acude hoy a mi mente a cada momento; acude tanto, que no llego a librarme de él. Mira, Sonia, ahora que he cogido la imagen (la había cogido y le daba vueltas entre las manos), ¿sabes?, tengo unas ganas locas, en este mismo momento, de lanzarla contra la estufa, sobre aquel rincón. Estoy seguro de que del golpe se rompería en dos mitades, ni más ni menos.

Decía todo aquello sin la más mínima afectación, sin el menor deseo de hacer nada original; hablaba con la más completa sencillez, y por eso resultaba tanto más horrible; se hubiera dicho que temía efectivamente algo; noté de improviso que las manos le temblaban ligeramente.»


«Créelo, Sonia, he venido hoy a ti como a un ángel, y no a un enemigo; ¿qué enemigo puedes. tú ser para mí, cómo serías tú mi enemigo?

No creas que yo quiera romper esta imagen, porque, mira, Sonia, a pesar de todo tengo ganas de romperla...

Cuando Tatiana Pavlovna exclamó hacía un momento: « ¡Suelta la imagen! », ella se la había arrancado de las manos; ahora la tenía en las suyas. De pronto, al pronunciar su última palabra, él dio un brinco, arrancó instantáneamente la imagen de las manos de Tatiana y, blandiéndola salvajemente, golpeó con todas sus fuerzas en el ángulo de la estufa de azulejos.

El icono se rompió exactamente en dos pedazos...

Se volvió bruscamente hacia nosotros, su rostro palidísimo se puso de repente todo rojo, casi bermejo, y cada uno de sus rasgos tembló:

-No tomes esto por una alegoría, Sonia; no es la herencia de Makar lo que he roto,

ha sido solamente porque sí, por romper...

Pero, a pesar de todo, volveré al último ángel.

Aunque, al fin y al cabo, puedes tomarlo, si quieres, por una alegoría; porque también lo era...»

Dostoievski, El adolescente.

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