Kafka, el mágico escritorio de la escritura

jueves, mayo 29, 2014


"Es que esto no era, ni remotamente, el único placer que tenía.

En su cuarto había una mesa escritorio americana de la mejor clase, tal como su padre la había deseado desde hacía años, tratando de comprarla en las más diversas subastas por un precio que le resultara accesible, y sin que, con sus exiguos recursos, lo consiguiera jamás. Naturalmente no era posible comparar esta mesa con aquellos escritorios presuntivamente americanos que se ofrecían en las subastas europeas. Éste, por ejemplo,

tenía en su construcción superior cien divisiones

del más diverso tamaño, y el mismo Presidente de la Unión hubiera encontrado un

sitio adecuado para cada uno de sus expedientes;

 pero además había, al costado, un regulador, y haciendo girar un manubrio podían

conseguirse los más diversos cambios y disposiciones de las divisiones

 y gavetas, según lo desease o necesitara uno.

 Pequeños y delgados tabiques laterales

 descendían lentamente formando el piso de divisiones que acababan de levantarse,

o las cubiertas de otras divisiones nuevas;

ya con una sola vuelta toda la construcción superior

cobraba un aspecto totalmente distinto,

y todo esto sucedía lentamente o a una velocidad absurda,

según como se diera vuelta al manubrio.

 Era un invento novísimo,

 pero le recordaba a Karl muy vivamente aquellos

retablos que en su tierra se muestran,

en la feria de Navidad, a los niños asombrados; muchas veces también Karl, empaquetado en su vestimenta invernal, se había parado ante ellos, y había cotejado incesantemente las vueltas de manubrio que allí ejecutaba un viejo con

los efectos que tenían lugar dentro del retablo:

cómo avanzaban a empellones los tres Reyes Magos y relucía la estrella y se desarrollaba esa vida cohibida en el establo sagrado. Y le había parecido siempre que la madre, de pie tras él,

 no seguía los acontecimientos con suficiente atención;

 la traía a sí hasta sentirla a sus espaldas, y tanto le hacía notar, con ruidosas exclamaciones,

algunas apariciones más ocultas

 –por ejemplo un conejito que allí adelante, entre la hierba,

se alzaba en dos patitas,
alternando luego ese movimiento con otro

como si se dispusiera a echar a correr– que la madre, por último, le tapaba la boca y recaía, probablemente, en su anterior desatención.

Claro que el escritorio no estaba sólo hecho a propósito para recordar tales cosas,

 pero de seguro existía

en la historia de los inventos alguna conexión tan poco clara como la que aparecía

 en los recuerdos de Karl. A diferencia de Karl,

el tío no aprobaba en manera alguna esa mesa escritorio;

sólo que él había querido comprar a Karl un escritorio en regla, y tales escritorios estaban provistos todos, en ese momento,

de esta innovación,

cuya excelencia residía también en que

podía ser aplicada, sin grandes gastos, a escritorios más antiguos.

 De todas maneras el tío no dejó de aconsejar a Karl que no usara el regulador, en lo posible; y a fin de dar a su consejo mayor fuerza afirmaba que

 el mecanismo era muy delicado, fácil de estropear y muy costosa su reparación.

 No resultaba difícil comprender que tales observaciones no eran sino pretextos; aunque, por otra parte, había que admitir que

el regulador podía fijarse muy fácilmente,

 cosa que el tío, sin embargo, no hizo."

Kafka

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