Pero no me torture
domingo, mayo 25, 2014
"Me levanté, di un gran paso hacia delante y lo sujeté con fuerza.
–Buenas noches –dije,
y agarrándolo por el cuello lo empujé por la escalinata hacia la plaza iluminada.
Cuando llegamos abajo se volvió, mientras yo seguía sujetándolo por detrás,
de manera que ahora estábamos pecho contra pecho.
–¡Suélteme! –dijo, no sé qué sospecha, pero soy inocente. –Y luego repitió: –No sé qué sospecha.
–No se trata de sospechas ni de inocencias.
Le ruego que no hable más de ello. Somos extraños, nuestra relación es más breve que la escalinata de la iglesia. ¿Adónde iríamos a parar si en seguida comenzáramos a hablar de nuestra inocencia?
–Completamente de acuerdo –dijo él. Por lo demás, decía usted "nuestra inocencia". ¿quería significar con ello que una vez que yo hubiese demostrado mi inocencia usted demostraría la suya?
¿Quería significar eso?
–Eso u otra cosa –dije.
Pero tenga presente que sólo le he dirigido la palabra para preguntarle algo.
–Quisiera irme a casa –dijo él e inició un débil retroceso.
–¡Ya lo creo! ¿Para qué le he hablado entonces? ¿O cree que le he dirigido la palabra por su cara bonita?
–Bastante franco, ¿eh?
–¿Debo repetirle que no se trata de eso? ¿Qué tiene que ver aquí la franqueza? Yo pregunto, usted contesta y en seguida, adiós. Por mí puede irse después a su casa, a toda prisa.
–¿No sería mejor que nos encontráramos en otra oportunidad? ¿A una hora más apropiada, en un café, por ejemplo? Además, su señorita novia se fue hace sólo unos minutos, podría alcanzarla: la pobre esperó tanto tiempo...
–No –grité en medio del estrépito del tranvía que pasaba.
Usted no se me escapa. Me gusta cada vez más.
Es una verdadera pesca milagrosa
y me felicito por ello.
–¡Por Dios! –dijo entonces, usted tiene, como suele decirse, un corazón sano y una cabeza de una sola pieza.
Me llama pesca milagrosa. ¡Qué dichoso ha de ser usted! Porque mi desdicha es una desdicha inestable;
cuando se la toca cae sobre quien ha formulado la pregunta.
¡Buenas noches!
–Bien –dije yo, y me apoderé de su diestra por sorpresa.
Si no contesta voluntariamente, lo obligaré.
Lo seguiré adonde vaya,
a derecha a izquierda, subiré la escalera hasta su habitación, y allí me sentaré en cualquier parte. Es inútil que me mire así, porque lo haré. –Y me acerqué aún más, hasta hablar casi pegado a su cuello, pues era una cabeza más alto que yo.
–¿De dónde sacará valor para impedírmelo?
Entonces, retrocediendo, me besó alternativamente ambas manos y las humedeció con sus lágrimas.
–No puedo negarle nada.
Así como usted sabía que yo deseaba ir a casa, sabía yo, y desde mucho antes, que no le podría negar nada. Pero, por favor, entremos en esa calle lateral.
Asentí y lo seguí. Un coche nos separó, quedando yo atrás, y él agitó ambas manos para que me diera prisa.
Pero no se conformó con la oscuridad y casi a la altura del primer piso, sino que me condujo al zaguán de una casa antigua, bajo una lamparilla, que pendía rezumente al comienzo de la escalera de madera.
Extendió su pañuelo sobre el hueco de un escalón desgastado y me invitó a sentarme:
–Sentado puede preguntar mejor; yo me quedo de pie; de pie puedo contestar mejor.
Pero no me torture."
Kafka
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