Kafka La extraña ayuda del niño Hans Brunswick

viernes, mayo 02, 2014

"CAPÍTULO XIII

Después de un rato, llamaron débilmente a la puerta.
–¡Barnabás! –gritó K, arrojó la escoba y en pocas zancadas ya estaba ante la puerta.
Horrorizada más por el nombre que por otra cosa, Frieda le contempló. Con las manos inseguras K no podía abrir el viejo cerrojo.
–Ya abro –repetía en vez de preguntar quién era el que llamaba. A continuación tuvo que ver cómo el que entraba por la puerta abierta no era Barnabás, sino

 un niño que ya con anterioridad había querido hablar con K.

Pero K no tenía ganas de acordarse de él.

–¿Qué buscas aquí?

 –dijo–. La clase es ahí al lado.
–Vengo de allí  –dijo el niño, y miró tranquilamente a K con sus grandes ojos castaños, muy recto y con los brazos pegados al cuerpo.


–¿Qué quieres?

Dímelo rápido  –dijo K, y se inclinó un poco hacia abajo,

Resultó que Hans,

por los arañazos sangrientos con que la maestra había castigado a K,

se había irritado tanto que había decidido apoyarle.
Por su propia cuenta se había escabullido de la clase contigua como un desertor,

 exponiéndose a un gran castigo.

Podía deberse a las ideas infantiles que le dominaban.

 A ellas también correspondía la seriedad que se desprendía de todos sus actos.

 Su timidez sólo le había molestado al principio, luego se habituó a K

También había algo imperioso en su carácter,
pero estaba tan mezclado con la inocencia infantil,

que, medio en broma medio en serio,


se dejaba someter.


En todo caso acaparó toda la atención, habían dejado el trabajo


parecía que Hans era el maestro, 


una ligera sonrisa en su rostro parecía indicar que sabía muy bien que sólo se trataba de un juego, 

aunque quizá no era una sonrisa lo que se reflejaba en sus labios, sino 

la felicidad de la niñez.



Resultó que era un niño a través del cual a veces parecía hablar, 



especialmente en las preguntas, en un presentimiento del futuro, quizá también


como consecuencia de la ilusión de los sentidos 



que afectaba a los intranquilos y tensos oyentes, 

casi un hombre enérgico, astuto y perspicaz, 

pero que poco después se manifestaba sin transición como un escolar que 



no comprendía algunas preguntas, otras las interpretaba mal, 



que con una desconsideración infantil hablaba en voz demasiado baja, aunque se le había llamado frecuentemente la atención sobre esa falta y que, finalmente, 

como consuelo frente a algunas preguntas urgentes, se limitaba a callar

 y, además, sin mostrar confusión alguna, 



como jamás podría hacerlo un adulto. 



Era como si, según su opinión,

 sólo a él le estuviese permitido preguntar

 y que las preguntas de los otros 

infringieran algún reglamento 

o fuesen una pérdida de tiempo. También podía mantenerse mucho tiempo 

sentado con el cuerpo recto, la cabeza inclinada hacia abajo y el labio inferior ligeramente desprendido. 


pero no pudieron averiguar de qué enfermedad se trataba;



 tenía una gran bañera, en la cual bañarse y jugar procuraba un gran placer a los niños pequeños, 

fuera cual fuese el método en plantearlas, quedaron sin respuesta; 

 en respuesta a preguntas que no tenían nada que ver con eso,

había algo vergonzoso

 en querer enterarse de secretos familiares

 a través de un niño inocente, y doblemente vergonzoso

 era que ni siquiera se enteraran de algo al respecto.

 Y cuando K para terminar le preguntó en qué se ofrecía para ayudar, 

esperaba que no lo castigasen por lo que había hecho. 



dejaba abierta la pregunta sobre otro tipo de ayuda,


 Hans así lo dedujo y preguntó si quizá K necesitaba otra ayuda, 

le encantaría ayudarle y si él mismo no pudiera, 

se lo pediría a su madre y entonces seguro que podía resultar. 

iba con frecuencia para jugar con sus hijos 

y una vez le preguntó la madre si tal vez el agrimensor se había encontrado allí.

 cuando se obedecen sus deseos sin una orden expresa. A eso respondió K, 


sólo por él, por Hans, estaría encantado de poder hacerlo. 

Al principio los ojos de Hans brillaron con esa oferta, 

sedujeron a K para mostrarse más perentorio, 

En aquella ocasión el padre se enojó mucho con K y jamás permitiría que K visitase a su madre, 

incluso aquella vez él quiso buscar a K para castigarle por su comportamiento,

 pero la madre le convenció de lo contrario. 

 en la atmósfera perjudicial de la habitación de los baños 

ese tipo de padecimientos tienen humores, 

pero si no se los combate con todas las fuerzas,

 se llega a un momento en que ya no puede ayudar nada. 

 como una mujer que quiere hacer algo prohibido 

y busca una posibilidad de realizarlo con impunidad. 

se sometía en todo a él, 

incluso en cosas cuya irracionalidad hasta él mismo, Hans, veía claramente.


Qué inconscientemente reservado, sí, casi solapado, era el niño, 
no había sido fácil de deducir de su presencia y de sus palabras, 
sólo se pudo notar después por la casualidad y la intención 
de las confesiones que habían asomado. 

miraba continuamente a K con ojos inquietos y parpadeantes. 

 K, éste esperaría escondido en algún lugar cerca de la casa y, con un signo de Hans, acudiría en seguida. 

 Hans no podía aceptar un acuerdo secreto con K

dijo K, entonces era realmente peligroso, 

Ya hacía tiempo que K había llamado a Hans para que viniese a la mesa 
y le había colocado entre sus rodillas, 

acariciándolo de vez en cuando para tranquilizarlo. 

Esa cercanía influyó en que Hans, a pesar de su resistencia temporal, 
consintiese en llegar a un acuerdo.



poniendo al descubierto todo el fraude 



pues ¿qué otra cosa podía ser todo? 

Así jugaba con sus sueños y ellos con él, mientras Hans, 

tentaron a Hans. Incluso a ese precio quería tomar al K del presente.


Lo especialmente infantil y al mismo tiempo astuto de ese deseo 
consistía en que Hans contemplaba desde lo alto a K 
como si fuera un joven cuyo futuro se expandiera más que el suyo propio, el de un niño.

Pero K le volvió a animar cuando dijo que él sabía lo que Hans le envidiaba, 


se trataba de su espléndido bastón de nudos 


que se encontraba sobre la mesa y con el que Hans había jugado distraído durante la conversación.

 Bueno, K sabía fabricar esos bastones y, si el plan resultaba exitoso, le haría a Hans uno más bonito. No quedó muy claro

 si Hans sólo había tenido en mente el bastón, 

tal fue su alegría sobre la promesa de K, 

y se despidió alegremente no sin antes estrechar con fuerza la mano de K"

Kafka


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