El joven de la farola
viernes, mayo 16, 2014
Estaba siempre en la parada del autobús, casi siempre de noche, menos cuando anochecía más tarde. Siempre de espalda o de perfil. Espaldas muy anchas y vientre muy grueso y prominente, lleno de grasa, supongo. Unas gafas gruesas con montura de negra pasta. Seguramente era miope. Sí, porque no miraba. Solo lo vi mirar a la boca de la bolsa de patatas fritas y a los pistachos, que partía, por cierto, con mucha destreza con sus dientes y después tiraba las abundantes cáscaras dos a dos al sucio asfalto de la calle. Su oído parecía muy atento al crujiente ruido que los neumáticos producían al pasar redondamente por encima. Llevaba encima algo de soltero. Una soledad espesa y callada de sofá, televisor y noche. Masturbador sin duda. No sé si hablaba. Pero sí bebía grandes botellas de cocacola de plástico de por lo menos dos litros antes de que la bolsa se acabara y le dejaba por sorpresa la boca pastosa y seca, con los labios cansados de cabra. Tengo que anotar que se movía poco, muy poco; pero eso no tiene importancia. Era más bien grandullón y alto, pero muy fofo. Él no parecía notarlo. Miraba los coches como pasaban sin mirar las marcas ni modelos ni ocupantes ni si eran viejos o nuevos o lo que habían costado. Miraba como pasaban. Y eso no era poco.
Carlos del Puente
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