El sol indigesto
domingo, mayo 18, 2014Pelea, disgusto, indignación. En la puerta del restaurante se despidió secamente del grupo. Ellos bajaron charlando hacia el paseo marítimo. Él subió calle arriba hacia la parte alta del pueblo. Llegó hasta las calles somnolientas de siesta. Cuatro de la tarde. El sol quemaba el suelo, literalmente. Las suelas de sus viejos zapatos de verano olían a goma recalentada. Los jeans se habían quedado tiesos. Un manojo de llaves sonaban en su bolsillo derecho. El sudor secado por el polvo picaba a la piel de su cara como un enjambre de abejas. La lechuga de la ensalada hervía en su hinchado estómago de vaca. El líquido estomacal se balanceaba de lado a lado como un barco interior que busca la salida del puerto en tormenta. No había tomado café con su crema acaramelada. Estaba en esa falta de lucidez indigesta. Los pensamientos lo pensaban. Gotas de sudor espeso goteaban desde su axilas hasta la punta de sus dedos. La húmeda camisa iba pegada a la parte alta de su espalda. A partir de las dos horas ya no veía las casas. Los perros dormían jadeando a la sombra con la lengua echada sobre el suelo. Sus ojos se abrían de vez en cuando al oír su respiración forzada de paseante.
Carlos del Puente
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