Personajes al estilo de Carlos del Puente

viernes, mayo 16, 2014

Iba como el que no va a ninguna parte. Con paso ni ligero ni muy lento, sin decisión, sin la voluntad puesta en ningún destino, ni casa ni bar ni trabajo, como si tampoco lo esperase nadie. Llevaba ese aire de los que no van preocupados por los problemas del trabajo, conflictos, dificultades, miedo a perderlo o ganar menos, pero con la importante tranquilidad del que sabe que lo tiene asegurado de por vida. No miraba a ninguna parte, ni escaparates, personas, perritos que podía pisar o morderle, o pisar sus cacas, aquellas que sus acompañantes habían olvidado inocentemente sobre las pobladas aceras del centro de la ciudad. Tampoco miraba a los que pasaban a su lado, ocupados en llegar a las tiendas de ropa, -sobre todo a esa hora del mediodía-, a sus trabajos de camareros de turno de tarde que iban siempre con sus pantalones negros recién planchados y su impecable, aunque barata, fina camisa blanca. Digo: no miraba las tiendas que no cerraban al mediodía; pero es normal: estamos hablando de un hombre sin interés que no iba a ninguna parte. Tampoco parecía ver las dos o tres fuentes que refrescaban aquellas calles, ni las macetas de flores colgadas ingeniosamente sobre las estilísticas farolas marrones que el ayuntamiento había puesto, en un súbito impulso artístico, -tal vez influenciado por los anuales encuentros de poesía que se venían celebrando, o tal vez por otras razones-. No se sorprendía del juego de las palomas. Jugaban a sus píes sus juegos amorosos o su picotear comiendo. Buscaban charquitos de agua derivados de las pequeñas fuentes de mármol gris oscuro repartidas cada cien metros por aquellas céntricas calles. Tampoco parecía estar pendiente de la posibilidad de pisarlas por algún descuido, -no por maldad, sino porque él no iba a ninguna parte. Tenía aspecto de unos cuarenta años; delgado, alto, como de no gustarle la comida; o tal vez, su desgana y delgadez procedían de años anteriores durante los cuales había seguramente abusado de alguna droga, -pero no tenía pinta de ex-alcohólico-. Se le veía vencido como el que ha hecho un pacto. No parecía conforme pero lo cumplía sin rebeldía. Llevaba siempre una pequeña mochila casi vacía colgada sobre el hombro izquierdo, unos zapatos grandes y negros, parecidos a esos que las asociaciones de ayuda regalaban a los nuevos mendigos o a los que habían perdido recientemente el trabajo. Pero este no parecía haber trabajado mucho en su vida porque tenía aspecto de esos que no le gustan el trabajo, -posiblemente tuvo algunos trabajos temporales, malos y mal pagados, justo aquellos que le permitían pagarse la priva y tener tiempo libre para disfrutarla-. Sin embargo, su rostro era serio. Parecía que nunca había reído; aunque eso es improbable. Resumamos: paso grande, lento, sin dirección, en línea recta sobre las baldosas, casi sin balanceo de brazos -el izquierdo lo enganchaba a veces a través del dedo pulgar en la cinta negra y estrecha de la mochila-, sin que ningún aparente pensamiento propio se dejase ver sobre su rostro, como si tuviese una sola idea que estaba cumpliendo como una tarea pero sin vivirla emocionalmente. Sus ojos no parecían ni serios ni alegres, ni aparentemente miraban. Siempre pasaba a la misma velocidad al lado de las cosas.

Carlos del Puente

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