Volar a sacudidas con el apparato volador

martes, mayo 27, 2014



"–¡Qué pequeño! –exclama en francés un coro de voces suspirantes.
¿Qué pasa? Nos abrimos paso. En el campo hay un pequeño aeroplano amarillento muy cerca de nosotros: lo están preparando para volar. Ahora vemos también el hangar de Blériot y, al lado, el de su discípulo Leblanc; ambos se hallan emplazados dentro del mismo campo. Apoyado en una de las alas del aparato aparece, inmediatamente, reconocible, Blériot, y mira, la cabeza firme sobre el cuello, el movimiento de los dedos de sus mecánicos, que manipulan en el motor.

¿Con esta insignificancia de aparato piensa remontarse por los aires? Realmente, es más fácil andar por el agua. Al principio, se puede uno ejercitar en los charcos, luego en los estanques, después en los ríos y sólo mucho más tarde en la mar; para los aviadores, en cambio, no existe más que la etapa del mar.

Ya está Blériot en su puesto, empuñando con la mano alguna palanca, pero deja todavía que los mecánicos examinen el aparato como si fueran niños muy aplicados. Mira lentamente hacia donde estamos nosotros, mira a un lado y a otro, pero su mirada no ve, sino que se concentra en sí misma. Ahora va a volar, nada más natural. Ese sentimiento de lo natural mezclado con el sentimiento universal de lo extraordinario, que no se aparta de él, le da esa apostura.

Uno de los ayudantes coge una de las aspas de la hélice, tira de ella, hay una sacudida, se oye algo parecido a la respiración de un hombre vigoroso mientras duerme; pero la hélice vuelve a detenerse. Se la prueba otra vez, se la prueba diez veces; a veces, la hélice se para en seguida; a veces da girando un par de vueltas. Debe de ser el motor. Otra vez a trabajar en él; los espectadores se cansan más, que los participantes. Todos los rincones del motor son aceitados: son aflojadas y ajustadas tuercas ocultas; un hombre corre hacia el hangar y vuelve trayendo una pieza de repuesto; pero tampoco sirve; corre de vuelta y, en cuclillas, la martilla sobre el suelo del hangar, sosteniéndola entre sus piernas. Blériot toma el puesto del mecánico, el mecánico toma el puesto de Blériot, tercia Leblanc.

Prueba un hombre la hélice, luego otro hombre. Pero el motor es despiadado, como un alumno al que se ayuda repetidas veces: la clase dice que no, no, mas él no sabe, vuelve a interrumpirse, vuelve a hacerlo siempre en el mismo sitio y acaba por renunciar. Blériot se queda sentado un rato en su asiento; está silencioso; sus seis ayudantes le rodean sin moverse; todos parecen ensimismados."

Kafka

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