"Pero mamá hablaba al caballo"

miércoles, mayo 07, 2014


"—Anoche estuvimos de suerte. Precisamente cuando nosotros llegamos acababan de llevarle el nuevo caballo garañón que mamá compró en Kentucky el mes pasado, y toda la casa estaba revuelta. ¡Qué animal tan robusto! Es un gran caballo, Scarlett; tienes que decir a tu padre que vaya a verlo en seguida. Ya ha mordido al mozo que lo trajo y ha coceado a dos de los negros de mamá que fueron a buscarlo al tren en Jonesboro. Y un momento antes de llegar nosotros a casa había destrozado a patadas el establo y dejado medio muerto a Fresa, el viejo garañón de mamá. Cuando llegamos, mamá estaba en el establo, calmándolo con un saquito de azúcar; y lo hacía a las mil maravillas. Los negros estaban tan espantados que temblaban, encaramados a las vigas; pero mamá hablaba al caballo como si se tratara de una persona; y el animal comía en su mano. No hay nadie como mamá para entender a un caballo. Y cuando nos vio nos dijo: «¡En nombre del cielo! ¿Qué hacéis otra vez en casa? ¡Sois peores que las plagas de Egipto!» Y entonces el caballo empezó a relinchar y a encabritarse, y mamá dijo: «¡Largo de aquí! ¿No veis que el pobre animal está nervioso? Ya me ocuparé de vosotros cuatro mañana por la mañana.» Entonces nos fuimos a la cama, y esta mañana nos marchamos antes de que nos pudiera pescar, dejando a Boyd para que se las entendiese con ella. —¿Creéis que pegará a Boyd? Scarlett, como el resto del condado, no podía acostumbrarse a la manera como la menuda señora Tarleton trataba a sus hijos, ya crecidos, y les cruzaba la espalda con la fusta cuando el caso lo requería. Beatrice Tarleton era una mujer muy activa, que regentaba por sí misma no sólo una extensa plantación de algodón, un centenar de negros y ocho hijos, sino también la más importante hacienda de cría caballar del condado. Tenía mucho carácter y a menudo se incomodaba por las frecuentes trastadas de sus cuatro hijos; y, mientras a nadie le permitía pegar a un caballo, ella pensaba que una paliza de vez en cuando no podía hacer ningún daño a los muchachos. —Claro que no le pegará. A Boyd no le pega nunca, primero porque es el mayor y luego por ser el más menudo de la carnada —dijo Stuart, que estaba orgulloso de su casi metro noventa—. Por eso le hemos dejado en casa, para que explique las cosas a mamá. ¡Dios mío, mamá no tendrá más remedio que pegarnos! Nosotros tenemos ya diecinueve años y Tom veintiuno, y nos trata como si tuviéramos seis."

Margaret Mitchell

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