De esos que anduvieron conmo forajidos sin parar noche y día por caminos, montes, bosques, ríos y montañas; hombres a la fuga
domingo, mayo 25, 2014
"A menudo no encuentra el vagabundo un pedazo de pan que llevarse a la boca, tiene que ocultarse, se ve obligado a robar y, a veces, perseguido, a asesinar también.
«El deportado es un niño que se precipita sobre todo lo que ve»,
se dice en Siberia. Pero este dicho puede y debe aplicarse en toda su extensión al vagabundo. Casi todos
son ladrones y forajidos, más por necesidad que por vocación.
Los vagabundos desalmados son numerosos. Existen forzados que se evaden, una vez extinguida su condena, cuando ya son colonos y están en condiciones de ser felices y asegurarse el pan de cada día.
La vida de los bosques, miserable y triste pero libre y aventurera tiene, para los que la conocen, un atractivo fascinador y misterioso.
Nos sorprende encontrar entre esos fugitivos individuos ordenados y pacíficos que prometían convertirse en excelentes agricultores y maridos modelos. No obstante, el forzado se casa, tiene hijos, vive tranquilamente cinco o seis años en el mismo lugar, y de improviso, desaparece y abandona mujer, hijos y hacienda, para acabar, a la larga, por volver al presido. En el penal me indicaron a uno de estos desertores del hogar doméstico. No había cometido ningún delito, o, por lo menos, no se le imputaba, pero había desertado... desertado para siempre. Había residido en la frontera meridional del Imperio, del lado de allá del Danubio, en la Kirghizia, en la Siberia oriental, en el Cáucaso, en todas partes. ¡Quién sabe! en otras condiciones, este hombre,
llevado por su afición a los viajes, tal vez hubiera llegado a ser un Robinson Crusoe.
Estos pormenores los supe por otros penados, pues el interesado no despegaba los labios sino por absoluta necesidad.
Era un muchik de cincuenta años, tosco, pacífico, de aspecto sencillo, casi imbécil.
Gustaba de permanecer horas y horas sentado al sol, tarareando entre dientes alguna canción, pero tan quedamente que no se le oía a cinco pasos de distancia.
Comía poco, preferentemente pan moreno, y no compraba jamás pan blanco ni aguardiente. Yo creo que no tenía jamás dinero ni lo deseaba,
pues todo lo miraba con indiferencia.
De vez en cuando solía dar de comer con sus propias manos a los perros del penal, lo cual no hacían los otros jamás, porque, generalmente, en Rusia no se siente inclinación por dar de comer a esos fieles amigos del hombre. Decíase que habíase casado, no una, sino dos veces, y que tenía hijos residentes no recuerdo dónde. Ignoro por qué le enviaron a presidio. Todos estábamos persuadidos de que se evadiría más tarde o más temprano, pero, sea porque aún no hubiese llegado la hora o porque ya no fuese tiempo, lo cierto es que extinguía tranquilamente, su condena…
No tenía relaciones de ninguna clase en el ambiente en que vivía; era demasiado concentrado en sí mismo para tenerlas. No había, empero, que fiarse de su calma aparente, ¿mas qué hubiera ganado fugándose?
Comparando su vida errante por los bosques con la del penal, esta última resultaba una felicidad paradisíaca.
El destino del vagabundo es muy desgraciado, pero al menos es libre."
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