El señor muy solo y el topo del piso

sábado, mayo 17, 2014

Un buen día un señor muy solo, muy solo, le compró un topo a un viejo campesino. Se lo llevó bajo el brazo a su solitario piso. Entró, lo posó en el suelo y se sentó sobre su sofá a mirarlo muy contento. El animal miró el suelo de mármol muy sorprendido. No se movió de allí donde lo había dejado. Dicen que los topos son ciegos. No sé, no sé; porque este pequeño animal parecía mirarlo. -¿Qué pasa? ¿No estás contento con tu nueva casa? Ninguno de los dos contestó. El señor del piso fue a acostarse muy contento de su nueva compañía. Seguramente esa noche soñó con ella. A la mañana siguiente fue a la cocina, encendió la luz de neón, puso la cafetera en el fuego eléctrico y mientras el café subía por la chimenea de la cafetera de acero, miró hacia la puerta de entrada y allí mismo donde lo había dejado el día anterior encontró al animalito mirándolo. Ambos quedaron sorprendidos al volverse a ver.
─¿No te has movido? ¡Qué vago eres! No sabía yo que los topos se quedaban parados allí donde los dejaban. Desayunó, se duchó y después de vestirse salió a toda prisa hacia el trabajo. Pensó en el topo entre tarea y tarea. Y cayó en la cuenta que no sabía lo que el topo comía. Debería habérselo preguntado al viejo campesino. Este debería haberle informado sobre este asunto tan importante. Pero no fue así. ¿Cómo podía enterarse? ¿A quién le preguntaba ahora? ¿Ir a un súper a preguntar? ¿A una farmacia? Finalmente llamó a un veterinario. Este le contestó que no podía saberlo porque los topos vivían siempre bajo tierra; y si alguna vez salían, salían seguramente de noche cuando estaban seguros que no había nadie a corta distancia; pues según él pensaba los topos tienen vista corta. Le aconsejó que fuese poniendo comida diferente sucesivamente delante del hocico. Y que con el tiempo seguramente acertaría. Con esta importante información volvió suficientemente contento a su casa cuando terminó el horario de su trabajo. Escuchó detrás de la puerta para ver si oía pasos de topo. No habiendo oído ningún ruido abrió la puerta y entró en el piso. Cuál fue su sorpresa al comprobar que el topo permanecía en el mismo sitio. -Será que tiene hambre y por eso no se mueve; no tendrá apenas fuerzas, el pobre. Hizo concienzudamente lo que le había aconsejado el veterinario. Le puso una a una cada comida que tenía en el frigorífico. No obteniendo ningún resultado, buscó en todos los cajones todo tipo de alimentos ofreciéndocelos sin conseguir siquiera que el topo moviera el hocico. Desesperado se puso de rodillas delante del silencioso animalito. ─¿No estarás triste?, le dijo cariñosamente. No sabía porqué iba a estar triste. No tenía ningún motivo razonable; estaba en su casa, bajo techo, seguro y calentito. De este modo pasaron varias semanas, con los mismos pensamientos, actos y diálogos. Finalmente, se le ocurrió estando en el trabajo que a lo mejor el topo echaba de menos el campo; todo el mundo echa de menos su tierra. ¿Por qué iba a ser una excepción aquel caso? Estuvo casi un mes buscando en internet una casa de campo bien situada para él y para su acompañante. El primer día del siguiente mes se mudaron casi contentos; pues el animalito seguía sin comer, sin moverse y sin decir nada. Cuando llegaron a su nueva vivienda lo volvió a poner en el suelo muy cerca de la puerta. Y fue a comer y a acostarse; ya que estaba muy cansado. Se durmió muy convencido de que el topo estaría contento de estar de nuevo en el campo. Pero a la mañana siguiente lo encontró en el mismo sitio donde lo había dejado. ─¿Pero, hombre no estás contento? Mira aquí estás en el campo, ─le dijo cariñosamente abriéndole la puerta. Mira, ¿no ves el campo? Aquí estás como en tu casa; podrás entrar y salir y hacer la vida a la que estás acostumbrado. Pero el topo seguía sin decir nada. Desesperado, dejó la puerta abierta y se fue al trabajo. Cuando volvió se sentó en el sofá como de costumbre. Estaba mirando al topo cuando este movió muy lentamente la pata izquierda. Estaba intentando dar un giro. Después movió con mucho esfuerzo la derecha. Su cuerpo curvado parecía tenso. Las patas de atrás respondieron sucesivamente. Así procedió poco a poco hasta conseguir con excesiva dificultad ponerse de cara a la puerta de la calle abierta. El señor muy solo pensó: "Está intentando irse. Quiere irse. Ya se ha cansado. O tal vez tiene hambre y va a buscar comida al campo." El topo se situó sobre el primer tramo de tierra. Y con su pata trasera izquierda echó dentro de la casa un poco de tierra. "¿Qué hace?" Siguió echando poco a poco tierra hasta que el señor de la casa comprendió lo que el topo esperaba de él. Se levantó rápidamente de sofá con cierto sofoco, un poco de alegría y perturbación. "Quiere tierra. ¿Tengo una carretilla? Sí, la tengo en la parte trasera. Voy a por ella y le traigo tierra." Cogió una pala y la puso dentro de la boca metálica. Con ambas trajo unos cuantos kilos de tierra; tantos que casi no podía con el peso. Se dirigió hacia la casa y volcó la tierra dentro, teniendo en cuenta, prestando atención, con su habitual previsora actitud, de dejar espacio para que la puerta pudiera cerrarse por la noche. El topo empezó a meterse lentamente dentro del montón de tierra mientras él volvía y volvía frenético fuera a por multitud de carretillas de tierra. Las fue echando por el salón y por toda la casa. Agotado por tan generosa tarea fue a descansar sobre el sofá. Y observó sorprendido como la tierra suelta iba hundiéndose en línea recta. Se puso de rodillas a ambos lados del surco hundido. Y con las manos abiertas iba echando tierra sobre el surco hundido, procurando aplastarla para darle consistencia. Iba andando a cuatro patas con el surco entre las manos y las rodillas. Así estuvo el resto del día hasta que cayó dormido sobre la tierra suelta. A la mañana siguiente cuando se despertó se fue al trabajo. No sin antes ver en el espejo su cara manchada de tierra roja. Estuvo todo el día pensando en el derrumbe. Pretendía buscar una solución. No encontró ninguna hasta que llegó a casa. Fue cuando al volver de la cocina después de beber agua fría del frigorífico vio que sus zapatos habían hundido la tierra algunos centímetros. Entonces comenzó a andar justamente al lado de cada paso anterior hasta que llegando a la puerta volvió sobre sus pasos y procedió mecánicamente de la misma manera. Cuando pisó toda la tierra que había traído fue a por más carretillas hasta llenar la casa de tierra como medio metro. Estuvo varios meses pisando incansablemente la tierra. Cuando lo vencía el sueño dormía de pie apoyado en un mueble hasta que se le doblaban las rodillas. Se agarraba al mueble para no caer; y cuando recuperaba suficiente lucidez continuaba andando por toda la casa. Viendo que su obra estaba bien hecha, se sentó a contemplarla. Mientras, el topo estuvo haciendo salidas en todas las habitaciones y dos más; una daba a la cocina y otra se abría por detrás del bidé del cuarto de baño. Hizo otra por debajo de la puerta de la calle hacia el campo. La salida se encontraba entre las raíces de un espeso matorral. Nadie supo de ella. El señor muy solo sabía que el topo seguía en la casa porque por la noche oía sus fuertes uñas escarbar la dura y seca tierra.

Carlos del Puente

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