Charlotte Brontë VILLETTE El dolor de la ausencia

jueves, febrero 13, 2014



"Después de aquella noche llena de incidentes, pasé siete semanas tan
tediosas como siete hojas de papel en blanco: no recibí ni una palabra
escrita, ni una visita, ni una muestra de cariño. Hacia la mitad de ese
período, se me ocurrió pensar que algo les había sucedido a mis amigos
de La Terrasse. El punto medio está siempre cubierto de nubes para los
solitarios: sus nervios se alteran por la tensión de una larga espera; las
dudas hasta entonces desterradas se acumulan y forman una masa, de
gran magnitud, que les asalta con una fuerza que sabe a venganza.

La noche, asimismo, se convierte en una hora despiadada, y el sueño y
su naturaleza se vuelven incompatibles: extraños temores y rivalidades
fustigan su lecho; siniestras pesadillas, dominadas por el horror al infortunio
y al completo abandono, se alían con sus enemigos. ¡Pobre desgraciado!
Hace cuanto puede para soportarlo, pero, a pesar de sus esfuerzos, no es
más que un pobre y pálido desecho.

Hacia el final de esas interminables siete semanas, reconocí lo que me
había negado a admitir en las seis anteriores: que aquellos espacios en
blanco eran inevitables, el resultado de las circunstancias, las órdenes
arbitrarias del destino, una parte de lo que me había tocado en suerte vivir,
y, por encima de todo, un asunto sobre cuyo origen no debían hacerse
preguntas, y sobre cuyo doloroso futuro no debía pronunciarse una palabra.

Por supuesto, no me sentí culpable de mi sufrimiento: di gracias a Dios por
haberme dado un sentido de la justicia que me impidiera cometer la estupidez
de acusarme a mí misma; en cuanto a reprochar a otros su silencio, tanto
mi inteligencia como mi corazón estaban convencidos de su inocencia:
pero era muy duro recorrer aquel camino, y yo ansiaba vivir tiempos mejores.

Utilicé diferentes recursos para sostener y llenar mi existencia: empecé un
difícil bordado, estudié alemán con ahínco, me propuse leer los libros más
gruesos y áridos de la biblioteca; en todos mis esfuerzos, fui lo más ortodoxa
que supe. ¿Me equivoqué en algo? Es muy probable. Sólo sé que el resultado
fue como roer una lima para satisfacer el hambre o beber salmuera para saciar
la sed. Mi peor tormento era la hora en que llegaba el correo.

Desgraciadamente, sabía bien cuándo lo hacía, y trataba inútilmente de
olvidarlo, temiendo la tortura de la espera y la angustia enfermiza de la
decepción que todos los días precedía y sucedía al conocido campanillazo
de la puerta. Supongo que el animal encerrado en una jaula, y atenazado
por el hambre debido a la escasa alimentación, espera su comida como yo
esperaba una carta.

¡Oh! Si he de decir verdad, y abandonar ese tono de falsa tranquilidad que,
después de mucho tiempo, agota la capacidad de resistencia, en aquellas
siete semanas padecí amargas penas y temores, extrañas ansiedades,
miserables defecciones de la esperanza, intolerables ofensivas de la
desesperación. A esta última a veces la tenía tan cerca que su aliento
me traspasaba. Solía sentirlo, como un soplo o un suspiro sumamente
lúgubre; penetraba hasta lo más profundo de mi ser, y se detenía en mi
corazón, o continuaba su camino cuando la opresión era insoportable.

La carta, la adorada carta, no llegaba; y era toda la dulzura que podía
esperar de la vida. En los momentos de mayor desconsuelo, recurría una
y otra vez al pequeño paquete que guardaba en mi cajita... las cinco cartas.
¡Qué espléndido me parecía el mes cuyo cielo había contemplado la salida
de aquellas cinco estrellas! Siempre había ido en su búsqueda por las noches,
y, como no me atrevía a pedir diariamente una luz en la cocina, me compré una
vela y una caja de fósforos para encenderla; y en la hora de estudio, subía
sigilosamente al dormitorio y me daba un festín con mi mendrugo de pan
de los Barmakíes. Pero no me alimentaba: languidecí y me quedé en los
huesos; por lo demás, no estaba enferma.

Una noche en que leía mis cartas, más tarde de lo habitual, sintiendo que
mi ánimo decaía —pues, a fuerza de leerlas, estaban perdiendo todo su
sabor y significado: el oro se derretía ante mis ojos, y yo sufría amargamente
el desencanto—, oí de pronto unas pisadas rápidas y ligeras que subían hacia
el dormitorio."

Charlotte Brontë VILLETTE

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