Nietzsche, Hölderlin y Kleist

sábado, febrero 15, 2014

«Llamaré demoníaca a esa inquietud innata, y esencial a todo hombre,
que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia lo infinito, hacía lo elemental.
Es como sí la Naturaleza hubiese dejado una pequeña porción de aquel caos
primitivo dentro de cada alma y esa parte quisiera apasionadamente volver
al elemento de donde salió: a lo ultra humano, a lo abstracto. El demonio es,
en nosotros, ese fermento atormentador y convulso que empuja al ser, por lo
demás tranquilo, hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la
renunciación y hasta a la anulación de sí mismo.»

«Pero en todo hombre superior, y más especialmente si es de espíritu
creador, se encuentra una inquietud que le hace marchar siempre
hacia adelante, descontento de su trabajo. Esta inquietud mora en
todo «corazón elevado que se atormenta» (Dostoievsky); es como un
espíritu inquieto que se extiende sobre el propio ser como un anhelo
hacia el Cosmos.»

«Un arte característico:

»arte de embriaguez, de exaltación, de creación febril, un arte espasmódico
que arrolla al espíritu, un arte explosivo, convulso, de orgía y de borrachera,
el frenesí sagrado que los griegos llamaron pavta y que se da sólo en lo
profético o en lo pítico.

El primer signo distintivo de ese arte es lo ilimitado, lo superlativo del mismo;
un deseo de superación y un impulso hacia la inmensidad, que es adonde
quiere llegar el demonio, porque allí está su elemento, el mundo de donde salió.»

«Su "magnífica fuerza creadora no conoce una dirección determinada, apunta sólo al infinito o al caos de donde procede.»

«Lo primero que salta a la vista en Hölderlin, Kleist y Nietzsche es su
alejamiento de las cosas del mundo;

y es que aquel a quien el demonio estrecha en su puño, se ve arrancado de la realidad.

Ninguno de los tres tiene mujer ni hijos (como tampoco Beethoven ni Miguel Ángel),

ninguno de los tres tiene hogar ni propiedades, ninguno tiene una profesión fija o un empleo duradero.

Son nómadas por naturaleza, eternos vagabundos,

externos a todo, extraños, menospreciados, y su existencia es completamente anónima.

No poseen nada en el mundo: ni Kleist ni Hölderlín ni Nietzsche han tenido
jamás una cama que les fuera propia; nada es suyo; alquilada es la silla
en que se sientan, alquilada es la mesa en que escriben y alquiladas son
las habitaciones en que van parando.

No echan raíces en ninguna parte, ni aun el amor logra atarlos de modo duradero,

pues así sucede con aquellos que han encontrado al demonio como compañero de vida.

Sus amistades son frágiles; sus posiciones poco fijas; su trabajo no es remunerador;

están como en el vacío, y el vacío los rodea por todas partes.

Su vida tiene algo de meteoro, de estrella errante en eterna caída;»

«Eternos fugitivos, corren cual animales acosados.»

«...siguen el método de los jugadores y ponen, con una magnífica indiferencia hacia las cosas del mundo, todo su ser, toda su existencia, en una sola carta, ganando así infinito o perdiendo infinito;...»

«...nada aprenden en el mundo si no es a aumentar su sensibilidad,
y van hacia la perdición, como santos, absortos.»

«...no encuentran que la vida enseñe nada ni la creen,
por lo demás, digna de ser aprendida; tienen sólo el presentimiento
de una existencia más alta y por encima de toda percepción o experiencia.
Nada les es dado sino lo que da el genio. Sólo de la plenitud interior que los
llena de destellos saben tomar su parte y se dejan elevar, convulsivos,
por su sentimiento ardiente; y el fuego es su propio elemento, la acción
es llamarada, y eso mismo que fogosamente los levanta es lo que abrasa
su propia vida. Kleist, Hölderlin y Nietzsche se encuentran al final de su
existencia más abandonados que nunca, más extraños a la Tierra, más
solitarios que en sus comienzos;»

«Los tres, Hölderlin, Kleist y Nietzsche, son eternos rebeldes, sublevados,
amotinados contra el orden de las cosas. Prefieren romperse antes que
ceder al orden establecido, y su intransigencia es llevada, sin titubeos,
hasta su propio aniquilamiento. Por eso y ello es magnífico se convierten
en personajes trágicos de la tragedia de su vida.»

«Nada se les puede dar a esos atormentados, a esos perseguidos,
a esos arrancados del mundo, a esos posesos; por eso ellos ponen
el arte por encima de la vida y la poesía por encima de la realidad.

Ellos, como Miguel Ángel, abren a martillazos, a través de los duros
bloques de piedra, la galería de su vida que va hacia la gema
resplandeciente adivinada en sus sueños, allá profundamente
enterrada.

Por eso el demonio interior de aquéllos es cada vez más intensivo.»

«Aquéllos convierten su ser en un grandioso exclusivismo, una entrega sin
condiciones.»

«Y por el desprecio a esa misma existencia real, tienden aquéllos al juego
peligroso, a su ensanchamiento, para acabar de esta forma en su perdición.»

«...en ellos obra la fuerza centrífuga...»
«en ellos, del centro de la vida al exterior, y este empuje hacia fuera los rasga,
los desgarra inexorablemente. Esa tendencia hacia lo abstracto se sublima
en el espacio definido por la inclinación a la música. En ella les es dado
derramarse en su elemento, ese elemento sin orillas, sin forma, que atrae
con su magia a Hölderlin y a Nietzsche, y hasta al duro Kleist, precisamente
al llegar a su muerte. Con la música, la razón se transmuta en éxtasis, y
el idioma en ritmo. Cuando se extingue un espíritu poseso, siempre va
rodeado de música (hasta en Lenau sucede así).»

«Aquéllos, pues, aman todo lo que desliga y conduce hacia la libertad,
hacía el caos primitivo del sentimiento.»

«Así se comprende que las muertes de Hölderlin, de Kleist o de Nietzsche
formen parte integrante de su destino. Sin su caída no se ve la forma
completa de su existencia, así como no hay parábola sin la caída brusca
de la línea.

de muerte mística, heroica y legendaria,
pero en los otros, en los posesos, la muerte es caída, es llamarada.
La muerte les indemniza de la pobreza de su existencia y llena sus
últimos momentos de un poder místico. Y es que quien la vida como
una tragedia, tiene la muerte de un héroe.

Una entrega pasional del propio ser, incluso hasta el aniquilamiento,
una defensa pasional de la propia conservación: ambas formas de
lucha con el demonio exigen el más alto heroísmo, y ambas recompensan
al corazón con magnífica victoria.»

«La palabra patológico sirve tan sólo en el mundo inferior, en el mundo
de lo infecundo; pues si la enfermedad puede crear cosas inmortales,
ya no es enfermedad, sino que será una fuerza, un exceso de salud,
la más alta salud. Y cuando el demonio está al borde extremo de la
vida y ya se inclina hacia fuera, hacia lo inaccesible, no deja de ser
por ello algo inmanente a lo humano y comprendido dentro del círculo
de la naturaleza. Pues hasta la misma naturaleza, ella que desde los
principios fija exactamente el plazo durante el que el niño vive en el
cuerpo de la madre, también ella, prototipo de lo inexorable de las leyes,
conoce esos momentos demoníacos y tiene erupciones, y en sus
exuberancias tormentas, ciclones, cataclismos, pone en peligrosa
tensión todas sus fuerzas y lleva hasta el extremo su tendencia a la
propia destrucción.

Ella también interrumpe a veces, raras veces, es cierto, como también
raras veces surge un hombre demoníaco en la humanidad; interrumpe,
digo, su paso tranquilo, y es entonces cuando, al pasar de las medidas
normales, nos damos cuenta de su fuerza ilimitada.

Sólo lo raro ensancha nuestros sentidos, sólo ante el estremecimiento
crece nuestra sensibilidad. Por eso lo extraordinario es siempre la medida
de toda grandeza. Y siempre, aun en las formas más complicadas, el mérito
creador queda por encima de todos los valores, y su sentido por encima de
nuestros sentidos.»

«Es entonces, en el crepúsculo de su infancia, en los años decisivos de
su formación, cuando se inicia en Hölderlin ese desgarramiento interior,
incurable, ese corte rotundo entre el mundo real y su mundo interior.
Y ese desgarramiento no cicatriza ya jamas; siempre le queda la
sensación de ser un niño desterrado lejos de su casa; siempre
experimentará la nostalgia de una patria feliz, perdida prematuramente,
y que se le aparece a menudo como una Fata Morgana, rodeada siempre
de una atmósfera poética, hecha de presentimientos y de recuerdos, de
sueños y de música. Sin cesar se siente, ese eterno muchacho, como
arrancado del cielo de su juventud, de sus primeros deseos, de un mundo
primitivo a ignoto; se siente precipitado brutalmente contra la dura tierra,
metido en un medio repulsivo para él; y desde esa época, desde su primer
encuentro con la realidad, supura, en su alma herida, el sentimiento de un
mundo hostil.»

«En esa resistencia fanática, en esa grandiosa intransigencia hacia la realidad,
es donde se manifiesta el sublime heroísmo de Hölderlin mucho más claramente
aún que en cualquiera de sus poesías.»

«Hölderlín tiene un concepto sagrado de la poesía;
el verdadero poeta, el poeta de vocación, debe renunciar a todo
lo que la Tierra ofrece a los humanos, a cambio de poderse
aproximar a la divinidad.

El que está al servicio de los elementos debe permanecer entre ellos
en sagrada incertidumbre y en constante peligro purificador.
Sólo se puede encontrar el Infinito dedicándose enteramente a él;
toda desviación de la voluntad conduce a una meta inferior.»

«Esta lucha invisible constituye un indecible heroísmo de silencio
y de evasivas, puesto que Hölderlin mantiene secreta, escondida,
tímidamente, castamente diríamos, toda la fuerza que anima y
sostiene su alma, es decir, su vocación poética.»

«El heroísmo de Hölderlin es magnífico porque es heroísmo sin orgullo y
sin fe en el mundo. El poeta siente su misión, obedece a la misteriosa voz
y cree en su vocación, pero no tiene fe en el triunfo.

Él, tan sensible, nunca tiene la conciencia de ser invulnerable a los dardos
del destino, como Sigfrido; nunca jamás se imagina victorioso o triunfante.
Y es precisamente esa idea de fracaso que siempre lo acompaña en la vida
lo que da a su lucha esa fuerza grandiosamente heroica.

No hay que confundir, pues, esa fe inquebrantable que Hölderlin tiene en la
poesía, en la cual ve el único fin de su existencia, con la fe en sí mismo como
poeta; cuanta más fe ponía en la poesía, tanto más humilde se consideraba
como poeta. Nada estaba más lejos de él que aquella fe casi enfermiza que
Nietzsche puso en sí mismo y que representó en aquella su divisa: «Pauci
mihi satis, unus mihi satis, nullus mihi satis». Cualquier palabra al vuelo le
descorazona y le hace dudar de sus dotes. Una evasiva de Schiller lo puso
enfermo durante meses enteros. Como un escolar, se inclina ante vulgares
versificadores como Conz y Neuffer; pero bajo esta modestia personal se
oculta, envuelta en su suavidad exterior, una voluntad de acero para marchar
hacia el sacrificio.»

«¡Oh, querido! escribe a uno de sus amigos, ¿cuándo se reconocerá que la
fuerza más alta es siempre la más modesta, y que cuando lo divino se
manifiesta por boca de un hombre, se realiza siempre con humildad y
hasta con tristeza?» Su heroísmo no es un heroísmo guerrero, de fuerza,
sino el heroísmo del mártir, es decir, una alegre disposición a sufrir por lo
inevitable y a sucumbir por su fe y por su ideal.»

«No son los hombres quienes me lo han enseñado, sino un corazón sagrado
y amante que me empujó hacia el Infinito.»

«Ningún poeta alemán ha tenido tanta fe en la poesía y en el origen divino
de la misma como Hölderlin; nadie ha proclamado como él la división
absoluta que separa a la poesía de las cosas del mundo. Él mismo, todo
éxtasis, ha trasladado su propia pureza al concepto poético. Podrá parecer
raro, pero ese tierno aspirante a pastor de almas tiene un concepto de lo
Invisible y un punto de vista respecto a las potencias sobrenaturales como
nadie lo ha tenido desde la antigüedad. Tiene una fe mucho más firme en el
Padre Éter y en el Destino que gobierna al mundo que la que sus
contemporáneos Novalis y Brentano tuvieron en Cristo. Para él, la poesía
es lo que el Evangelio para aquéllos: es la verdad suprema, es el misterio
embriagador de la Hostia y el Vino que pone en comunicación el cuerpo
con el Infinito. Incluso para el propio Goethe, la poesía era parte de su vida,
pero

para Hölderlin es la vida misma y su único sentido;

para aquél fue una necesidad puramente personal; para éste es una
necesidad religiosa. Hölderlin reconoce en la poesía el aliento divino que
anima y fecunda la tierra, la única armonía en la que se sumerge el espíritu
para, en dulce bienaventuranza, borrar dentro de sí el eterno desacuerdo
interior.»

«Ciertamente lo sagrado necesita, para su completa gloria,
un corazón humano que lo sienta y lo reconozca...»

«Así es que lo bajo se siente atraído por lo alto,
pero también lo alto tiende hacia lo bajo;
la Vida se eleva hacia lo espiritual, pero
también lo espiritual desciende hasta la Vida.»

«Así como el hombre necesita lo divino para no morir,
lo divino necesita del hombre para ser realmente divino,
y por eso crea testigos de su fuerza y bocas para que le
canten alabanzas, bocas de poetas que lo hacen
verdaderamente divino.»

«Solo y solitario, mudo y triste, estaría en las tinieblas el Padre divino,
a pesar de su omnipotencia, a pesar de ser todo pensamiento,
todo fuego, si no pudiera reflejarse en los humanos,
si los hombres no tuvieran un corazón para cantarle.»

«No es por ocio o por tristeza, como dice Schiller,

por lo que la Divinidad crea al poeta

en eso muestra Schiller una idea secundaria de la poesía, sino que,
según Hölderlin, es por una necesidad esencial;

sin el poeta no existe lo divino, que sólo se forma gracias a él.

La poesía aquí se llega hasta el mismo fondo de la ideología de Hölderlin
es una necesidad del Universo, no es algo que el Cosmos ha creado, sino
que es algo creado con el mismo Cosmos.»

«Sí, necesitan de los mortales, porque los seres celestes no tienen
conciencia de su ser. Necesitan sea permitido expresarse así que
alguien les revele su existencia.»

«El poeta procede de lo humano, pero sirve a lo divino;
su existencia es una misión.»

«Esa misión de mensajero divino no fue nunca olvidada por Hölderlin,
a pesar de los embates y desgracias de su vida; sin embargo, ese mito
se hizo cada vez más sombrío, hasta convertirse en trágico, y perdió
el carácter de optimismo y el sentido de alegre elección, para convertirse
solamente en un destino heroico.»

«La poesía pertenece a la fatalidad.»

«El entusiasmo de Hölderlin es, a decir verdad, algo vacío de toda sustancia;
el entusiasmo está lleno tan sólo de entusiasmo y, así, el poeta no se entusiasma
sino cuando canta al entusiasmo, que es para él objeto y sujeto a la vez, y si no
tiene forma propia, es porque es plenitud suprema; no tiene límites porque
viene de la eternidad y vuelve a la eternidad.»

«...los dioses mueren cuando muere el entusiasmo.»

«Sentirse identificado con el Todo es ser dios.»

«Hasta Hölderlin, todo inspiración, que aborrece lo sistemático;
indómito, abstracto, rebelde por propia voluntad, fuerza su naturaleza
y se aferra a los análisis filosóficos, creyéndose además obligado a hablar
en la jerga estético-filosófica dominante, y todas sus cartas de los tiempos
de Jena están atiborradas de sosas interpretaciones de conceptos y de
esfuerzos por filosofar, cosas muy contrarias al anhelo infinito que le llenaba.

Pues Hölderlin es precisamente un espíritu ilógico, no intelectual;
sus pensamientos, grandiosos como relámpagos de genio, no son
articulables; se resisten a toda combinación, a todo sistema.»

«...es decir, un sistema, pues todo sistema es siempre un muro.»

«¡Oh, si El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un  hijo prodigo a quien el padre echó de casa, contemplado los miserables céntimos con que la compasión alivio su camino.»

«Estoy herido, brutalmente herido, como nadie pudo estarlo jamás;
estoy sin esperanza, sin meta, sin honor y, sin embargo, dentro de mí noto
algo fuerte, invencible, que me hace estremecer apenas se agita en el interior
de mi pecho, llenándome de entusiasmo.» 

Stefan Zweig

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