La voracidad del cuerpo y otras tripas

viernes, febrero 28, 2014



"Este deseo que siento casi siempre, cuando me encuentro bien del estómago,
de acumular ideas de grandes atrevimientos en las comidas. Este deseo lo
satisfago especialmente ante las charcuterías. Si veo un embutido con un
cartelito que lo define como una sólida salchicha casera, la muerdo en mi
imaginación con toda la dentadura y trago con rapidez, con regularidad y
sin miramientos, como una máquina. La desesperación que este acto tiene
como inmediata consecuencia, aun en la imaginación, acrecienta mi prisa.
Las largas sartas de costillas me las meto en la boca sin masticar, y luego
las saco por detrás desgarrando el estómago y los intestinos.

Me como hasta dejarlas totalmente vacías las sucias tiendas de comestibles.
Me atiborro de arenques, pepinos y toda clase de comidas fuertes, malas y
viejas. De sus botes de lata, se precipitan bombones en mi boca como granizo.
Con ello gozo no sólo de mi propia salud, sino también de un sufrimiento que
no es doloroso y que puede pasar en seguida.

Es una vieja costumbre mía no permitir que circulen benéficamente por todo
mi ser unas impresiones puras, sean dolorosas o alegres, en el momento en
que han alcanzado su máxima pureza, sino enturbiarlas y ahuyentarlas con
impresiones nuevas, imprevistas, débiles. No existe la mala intención de
perjudicarme a mí mismo, sino unas debilidades para soportar la pureza de
aquella impresión, unas debilidades que sin embargo no son confesadas, sino
que prefiere uno intentar salir del paso con un silencio interior, mediante la
provocación arbitraria de una nueva impresión, en lugar de dejar que se
manifestase o de llamar en su apoyo a otras fuerzas, lo que sería la única
actitud correcta.

 Así, por ejemplo, el sábado por la noche, después de oír la lectura de la
excelente narración corta de la señorita T., que sin embargo pertenece más
a Max que a ella, o al menos le pertenece en mayor medida, con mayor
participación, que una obra propia; luego, tras oír la magnífica pieza
Concurrencia, de Baum, en la que uno puede ver una fuerza dramática tan
ininterrumpida en el trabajo y en los efectos como en la producción de un
artesano vivo; después de escuchar estas dos creaciones literarias, quedé
tan abatido, y se me llenó el alma, vacía ya durante unos cuantos días, de
una tristeza tan profunda, que al volver a casa le declaré a Max que Roberto
y Samuel no podía convertirse en nada importante. Para semejante declaración
tampoco se necesitaba en aquel momento el mejor coraje, tanto por parte mía
como de Max. La conversación siguiente me confundió un poco, puesto que
Roberto y Samuel estaba muy lejos de constituir entonces mi preocupación
principal, y por ello no hallé las respuestas adecuadas a las objeciones de Max.
Pero después, cuando estaba solo y habían desaparecido no sólo el trastorno de
mi tristeza, producido por la conversación, sino también el consuelo, casi
siempre eficaz, de la presencia de Max, mi

desesperanza creció hasta el punto de que empezaron a disolverse mis pensamientos."

Kafka

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