El dolor de escribir "le cierra los ojos y deja desiertas la plaza y las calles"

viernes, febrero 28, 2014





"semejantes escenas son secretamente un juego,

es más,

 me regocija morir la muerte del que se muere;

 por lo tanto,

utilizo astutamente la atención del lector concentrada en la muerte,

la comprendo mucho más claramente que él, ya que supongo que él se quejará en su lecho y por eso mismo mi queja es la más perfecta posible; además, no se interrumpe repentinamente como las quejas reales, sólo se apaga hermosa y puramente"



"Es lo mismo que cuando sin cesar me quejo ante mi madre de sufrimientos que de ningún modo son tan considerables como podría deducirse de las quejas."



"Simplemente no puedo creer en mis deducciones sobre mi actual estado,
que dura ya casi un año; para tales deducciones, mi estado es demasiado serio.
Ni siquiera sé si puedo decir que no es un estado nuevo. De todos modos, mi
verdadera opinión es: este estado es nuevo; los he conocido semejantes, pero
ninguno como el actual.

La verdad es que soy como de piedra, soy como mi propio mausoleo;
no queda ni un resquicio para la duda o para la fe, para el amor o para la repulsión,
para el valor o para el miedo, en lo concreto o en lo general; vive únicamente una
vaga esperanza, pero no mejor que las inscripciones de los mausoleos.

Casi ninguna de las palabras que escribo armoniza con la otra, oigo restregarse
entre sí las consonantes con un ruido de hojalata, y las vocales unen a ellas su
canto como negros de barraca de feria. Mis dudas se levantan en círculo alrededor
de cada palabra, las veo antes que la palabra, pero, ¡qué digo!, la palabra no la veo
en absoluto, la invento.

Y ésta no sería la peor de las desgracias, porque entonces me bastaría con inventar
palabras capaces de barrer en alguna dirección el olor a cadáver,
para que éste no nos diera en la cara directamente a mí y al lector.

Cuando me pongo ante mi escritorio, no me siento más a gusto que uno que cae
en pleno tráfico de la Place de l'Opéra y se rompe las dos piernas. Todos los
vehículos, a pesar de su estrépito, se afanan en silencio desde todas las
direcciones y hacía todas las direcciones, pero el dolor de este hombre pone
orden mejor que los guardias;

este dolor le cierra los ojos y deja desiertas la plaza y las calles,

sin que los vehículos tengan que dar la vuelta. El exceso de animación le duele,
porque él, sin duda, no obstruye la circulación, pero el vacío no es menos grave,
porque deja rienda suelta a su verdadero dolor."


"El hecho de que haya desechado y tachado tantas cosas, casi todas las que he
escrito durante este año, también ahora supone en gran medida un obstáculo
para mi actividad de escritor. Es efectivamente una montaña cinco veces más
grande que todo lo que había escrito anteriormente, y por su volumen, se me
lleva de debajo de la pluma todo lo que escribo, arrastrándolo hacia sí."


"Hace dos días y medio que, aunque no del todo, estoy solo y,
si no me he transformado ya, voy en camino de hacerlo.

La soledad tiene sobre mí un poder que nunca falla.
Mi interioridad se diluye (por el momento sólo superficialmente)
y está dispuesta a dar salida a lo profundo. Una pequeña ordenación
de mi interior empieza a producirse, y nada más necesito, porque cuando
se tienen escasas aptitudes, lo peor es el desorden."


"Mi fuerza no da ya para una frase más. Sí, si se tratara de palabras,
si bastase colocar una palabra y pudiera uno apartarse con la tranquila
conciencia de haberla llenado totalmente de uno mismo."


"No puedo comprenderlo y ni siquiera creerlo. Vivo únicamente a ratos en una
pequeña palabra, en cuya vocal modificada —en la palabra «lance» («stósst»),
escrita más arriba— pierdo, por ejemplo, mi inútil cabeza durante un segundo.
La primera y la ultima letra son el principio y el fin de esa sensación mía que es
como un pecado."


 "Creo que este insomnio se debe únicamente a que escribo.
Ya que, por poco y por mal que escriba, estas pequeñas conmociones me
sensibilizan; especialmente al caer la noche, y más aún por la mañana,
el soplo, la inmediata posibilidad de estados más importantes, más
desgarradores, que podrían capacitarme para cualquier cosa, y luego,
en medio del fragor general que hay en mi interior y al que no tengo tiempo
de dar órdenes, no encuentro reposo. Al fin y al cabo, este fragor no es más
que una armonía contenida, reprimida, que, de ser liberada, me llenaría
totalmente, y más aún, me desplegaría en la inmensidad y luego me seguiría
llenando.

Pero hora este estado, junto a unas débiles esperanzas, sólo me causa
perjuicios, puesto que mi ser no posee la resistencia suficiente para
soportar la actual mescolanza, de día me ayuda el mundo visible, de
noche me hace pedazos sin que nadie lo impida.

En este aspecto, pienso siempre en París, donde en la época del asedio y
posteriormente hasta la Comuna, la población de los suburbios del norte y
el este, hasta entonces desconocida para los parisienses, en unos meses,
literalmente de hora en hora, avanzó a sacudidas como las agujas de un reloj,
llegando al mismísimo centro de París por las calles que la ponían en
comunicación con él.

 Mi consuelo —y con él me acuesto ahora— es que llevo mucho tiempo sin
escribir; que por esta razón no he podido inscribir en mis actuales
circunstancias esta actividad literaria; que sin embargo, con un poco
de virilidad, tengo que conseguirlo, al menos provisionalmente.

Hoy estaba tan débil que incluso le he contado a mi jefe la historia de la niña.
— Ahora recuerdo que las gafas del sueño proceden de mi madre, quien se
sienta a mi lado por la noche y, mientras juega a las cartas, me dirige miradas
no demasiado agradables bajo sus lentes de pinza. Sus lentes de pinza tienen
incluso —lo que no recuerdo haber observado antes— la lente derecha más
cerca del ojo que la izquierda."

Kafka

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