Henry Miller en Nueva York
jueves, febrero 20, 2014
"Nunca tenía dinero en el bolsillo, pero usaba libremente el dinero de los demás."
"Estaba sentado, clavado a mi escritorio, y viajaba por todo el mundo a la velocidad de un relámpago, y descubrí que en todas partes ocurre lo mismo: hambre humillación, ignorancia, vicio, codicia, extorsión, trapacería, tortura, despotismo: la inhumanidad del hombre para con el hombre."
"Pero era mi primer libro y estaba enamorado de él. Si hubiera tenido el dinero, como Gide, lo habría publicado a mis expensas. Si hubiese tenido tanto valor como Whitman, habría ido vendiéndolo de puerta en puerta.
Todas las personas a las que se lo enseñé dijeron que era espantoso. Me recomendaron que renunciara a la idea de escribir.
Tenía que aprender, como Balzac, que hay que escribir volúmenes y volúmenes antes de firmar con el propio nombre.
Tenía que aprender, y no tardé en hacerlo, que hay que abandonar todo y no hacer otra cosa que escribir, que tienes que escribir y escribir y escribir, aun cuando nadie crea en ti. Quizá lo hagas precisamente porque nadie cree en ti, quizás el auténtico secreto radique en hacer creer a la gente.
Que el libro fuera inadecuado, defectuoso, malo, espantoso, como decían, era más que natural. Estaba intentando al principio lo que un genio no habría emprendido hasta el final. Quería decir la última palabra al principio. Era absurdo y patético.
Fue una derrota aplastante, pero me reforzó la espina dorsal con hierro y la sangre con azufre. Por lo menos supe lo que era fracasar. Supe lo que era intentar algo grande.
Hoy, cuando pienso en las circunstancias en las que escribí el libro, cuando pienso en la abrumadora cantidad de material a que intenté dar forma, cuando pienso en lo que intenté realizar, me doy palmaditas en la espalda, me pongo un diez.
Estoy orgulloso de que resultara un fracaso lamentable; si lo hubiese logrado, habría sido un monstruo.
A veces, cuando miro simplemente los nombres de aquellos sobre quienes pensaba escribir, siento vértigo. Cada uno de ellos llegaba hasta mí con un mundo propio; llegaba hasta mí y lo descargaba sobre mi escritorio; esperaba que yo lo recogiera y me lo pusiese sobre los hombros.
No tenía tiempo de crear un mundo mío propio:
tenía que permanecer fijo como Atlas, con los pies en el lomo del elefante y el elefante sobre el lomo de la tortuga. Preguntarse sobre qué descansaba la tortuga sería volverse loco."
"El país entero carece de ley, es violento, explosivo, demoníaco."
"Por todos lados el mismo instinto asesino, destructivo, saqueador. Por fuera parece un pueblo recto: sano, optimista, valiente. Por dentro están llenos de gusanos. Una chispita y explotan."
"Siempre ocurre lo mismo con las personas pacíficas. Un día les da la locura homicida. En América ocurre constantemente. Lo que necesitan es un desahogo para su energía, para su sed de sangre. Europa sangra regularmente mediante la guerra. América es pacifista y caníbal.
Por fuera parece un hermoso panal de miel, con todos los abejones arrastrándose unos sobre otros y trabajando frenéticamente; por dentro, es un matadero, en que cada hombre acaba con su vecino y le chupa el tuétano de los huesos.
Superficialmente, parece un mundo masculino y audaz."
"Nadie sabe lo que es quedarse sentado de culo y contento. Eso sólo ocurre en las películas en que todo está falsificado, hasta las llamas del infierno. El continente entero está profundamente dormido y en ese sueño se produce una gran pesadilla."
"La guerra, cuando llegó, sólo produjo un débil retumbo en mis oídos. Como mis compatriotas, era pacifista y caníbal. Los millones de hombres que resultaron liquidados en la carnicería se desvanecieron en una nube, de modo muy parecido a los aztecas y a los incas y a los indios pieles rojas y a los búfalos. La gente fingía sentirse profundamente conmovida, pero no lo estaba. Simplemente estaban revolviéndose espasmódicamente en su sueño. Nadie perdió el apetito, nadie se levantó a tocar la alarma contra incendios."
"Mi amigo Kronski solía burlarse de mis «euforias». Era su forma indirecta de recordarme, cuando estaba extraordinariamente alegre, que el día siguiente me encontraría deprimido. Era cierto. Sólo tenía altibajos. Largos períodos de abatimiento y melancolía seguidos de extravagantes estallidos de júbilo, de inspiración parecida al estado de trance. Nunca un nivel en que fuera yo mismo. Parece extraño decirlo, pero nunca era yo mismo. Era o bien anónimo o bien la persona llamada Henry Miller elevada a la enésima potencia."
"A un lado del registro se encuentran los libros que el hombre ha escrito, que contienen tal mezcolanza de sabiduría y disparates, de verdad y falsedad que, aunque llegara uno a edad tan avanzada como Matusalén, no podría desembrollar el enredo; al otro lado del registro, cosas como uñas de pies, cabello, dientes, sangre, ovarios, si lo deseáis, todas incalculables, todas escritas en otro tipo de tinta, en otra escritura, una escritura incomprensible, indescifrable."
"Luego, en el medio del puente, por ejemplo, en medio de un paseo, en el medio siempre, ya fuera de un libro, una conversación, o del acto de amor, volvía a tomar conciencia de que nunca había hecho lo que quería y por no haber hecho lo que quería se desarrolló dentro de mí esa creación que no era sino una planta obsesiva, una especie de vegetación coralina, que estaba expropiando todo, incluida la propia vida, hasta que la propia vida se convirtió en lo que se negaba, pero que se imponía, creando vida y matándola al mismo tiempo.
La veía persistir después de la muerte, como el cabello que crece en un cadáver, y, aunque la gente hable de «muerte», el cabello sigue dando testimonio de la vida, y, al final, no hay muerte, sino esa vida del cabello y las uñas, y, aunque haya desaparecido el cuerpo y el espíritu se haya extinguido, en la muerte sigue algo vivo, expropiando el espacio, causando el tiempo, creando un movimiento infinito."
"...la causa no era nada, el acontecimiento lo era todo.
En el principio era el Verbo... Fuera lo que fuese, el Verbo, enfermedad o creación, seguía su curso desenfrenado; seguiría infinitamente, sobrepasaría el tiempo y el espacio, duraría más que los ángeles, destronaría a Dios, desengancharía el Universo.
Cualquier palabra contenía todas las palabras... para quien hubiera llegado al desprendimiento gracias al amor o a la pena o a la causa que fuese. En cada palabra la corriente regresaba hasta el principio perdido y que nunca volvería a encontrar,
ya que no había ni principio ni fin, sino sólo lo que se expresaba en el principio y en el fin.
Así transcurría en el tranvía ovárico aquel viaje del hombre y el sapo formados de la misma sustancia, ni mejores ni peores que Dante pero infinitamente diferentes,
uno que no sabía el significado exacto de nada,
el otro que sabía con demasiada exactitud el significado de todo."
"Lo que ahora me parece la prueba más maravillosa de mi aptitud o ineptitud para con los tiempos es el hecho de que nada de lo que la gente escribía o hablaba tenía el menor interés para mí.
Lo único que me obsesionaba era el objeto, la cosa separada, desprendida, insignificante."
"Estaba henchido de un amor perverso hacia la cosa en sí: no un apego filosófico, sino un hambre apasionada desesperadamente apasionada,
como si la cosa desechada, sin valor,
que todo el mundo pasaba por alto, encerrase el secreto de mi regeneración."
"La gente me habría apreciado precisamente porque no me habría entendido; pero habría entendido que no había que entenderme. Eso habría sido un alivio, como mínimo."
"De modo que, cada vez que pasaba por el Puente de Brooklin y miraba hacia abajo, hacia los astilleros, tenía la impresión de que se me caían las tripas.
Allí arriba, suspendido entre las orillas,
tenía siempre la impresión de estar colgado sobre un vacío;
allí arriba todo lo que me había ocurrido alguna vez parecía irreal,
y peor que eso: innecesario.
En lugar de unirme a la vida, a los hombres, a la actividad de los hombres, el puente
parecía romper todos los vínculos.
Daba igual que me dirigiera hacia una orilla o hacia la otra: a ambos lados estaba el infierno. Sin saber cómo, había conseguido romper mi vinculación con el mundo que estaban creando las manos y las mentes humanas. Quizás estuviera en lo cierto mi abuelo, tal vez me hubiesen echado a perder desde el principio los libros que leía. Pero hace siglos que los libros no me llaman la atención. Hace ya mucho tiempo que casi he dejado de leer.
Pero el vicio persiste. Ahora las personas son libros para mí.
Las leo desde la primera página hasta la última y después las dejo de lado. Las devoro, una tras otra. Y cuanto más leo, más insaciable me vuelvo.
No podía haber fin, y no lo hubo, hasta que no empezara a formarse dentro de mí un puente que me volviese a unir a la corriente de la vida, de la que me habían separado siendo niño."
"Cuanto más tiendes los brazos hacia el mundo, más se retira. Nadie quiere amor auténtico, odio auténtico. Nadie quiere que metas la mano en sus sagradas entrañas: eso es algo que sólo debe hacer el sacerdote en la hora del sacrificio."
"Si no lo crucifican a uno, como a Cristo, si consigue uno sobrevivir, seguir viviendo y superar la sensación de desesperación y de futilidad, en ese caso ocurre otra cosa curiosa. Es como si uno hubiera muerto realmente y hubiese resucitado efectivamente; vive uno una vida supranormal, como los chinos. Es decir, que uno es alegre, sano e indiferente de una forma que no es natural. Desaparece el sentido trágico: sigue uno viviendo como una flor, una roca, un árbol, unido a la Naturaleza y enfrentado a ella al mismo tiempo. Si muere tu mejor amigo, ni siquiera te preocupas de ir al entierro; si un coche atropella a un hombre delante de ti, sigues caminando como si nada hubiera ocurrido; si estalla una guerra, dejas a tus amigos ir al frente, pero tú, por tu parte, no te interesas por la matanza. Y así sucesivamente. La vida se convierte en un espectáculo a medida que se produce. La soledad queda suprimida, porque todos los valores, incluidos los tuyos, están destruidos. Lo único que florece es la compasión, pero no es una compasión humana, una compasión limitada: es algo monstruoso y maligno. Te importa todo tan poco, que puedes permitirte el lujo de sacrificarlo por cualquiera o por cualquier cosa. Al mismo tiempo, tu interés, tu curiosidad, se desarrolla a un ritmo fantástico. También eso es sospechoso, ya que puede atarte a un botón de cuello igual que a una causa. No existe una diferencia fundamental, inalterable entre las cosas: todo es flujo, todo es perecedero. La superficie de tu ser está desintegrándose constantemente; sin embargo, por dentro te vuelves duro como un diamante. Y quizá sea ese núcleo duro, magnético, dentro de ti lo que atrae a los otros hacia ti de buen o mal grado. Una cosa es segura: que cuando mueres y resucitas, perteneces a la tierra y lo que quiera que sea de la tierra es tuyo inalienablemente. Te conviertes en una anomalía de la naturaleza, en un ser sin nombre; nunca volverás a morir, sino que desaparecerás como los fenómenos que te rodean."
"...las noches blancas en que caminaba dormido y veía la ciudad en que había nacido como se ven las cosas en un espejismo."
"Cada día me estiraba tanto, que mi piel parecía cubrir el mundo entero; y cuando estaba solo, cuando ya no estaba obligado a escuchar, me encogía hasta quedar reducido al tamaño de la punta de un alfiler."
"Quien, por un amor demasiado grande, lo que al fin y al cabo es monstruoso, muere de sufrimiento, renace para no conocer ni amor ni odio, sino para disfrutar."
"Había en mí un hombre que había muerto y lo único que quedaba eran sus recuerdos; había otro hombre que estaba vivo, y ese hombre debía ser yo, yo mismo, pero estaba vivo sólo al modo como lo está un árbol, o una roca, o un animal del campo. Así como la ciudad misma se había convertido en una enorme tumba en que los hombres luchaban para ganarse una muerte decente, así también mi propia vida llegó a parecerse a una tumba que iba construyendo con mi propia muerte. Iba caminando por un bosque de piedra cuyo centro era el caos, bailaba o bebía hasta atontarme, o hacía el amor, o ayudaba a alguien, o planeaba una nueva vida, pero todo era caos, todo piedra, y todo irremediable y desconcertante."
"Pero aquella vez era como si hubiera llegado de Marte. ¿Qué raza de hombres es ésta?, me pregunté. ¿Qué significa? Y no había recuerdo del sufrimiento ni de la vida que se extinguía en el arroyo; lo único que ocurría era que estaba observando un mundo extraño e incomprensible, un mundo tan alejado de mí, que tenía la sensación de pertenecer a otro planeta."
"Sabía que el mejor momento para conseguirla era ahora, ahora que era presa de la emoción por la muerte del pobre Luke... a quien, por cierto, no tenía ella en gran concepto."
Lo que me gustaba de Curley era que, aunque sólo era un chaval de diecisiete años, no tenía el menor sentido moral, ni escrúpulos, ni vergüenza."
"Era capaz de hacer cualquier cosa por mí y, al mismo tiempo, de traicionarme."
"Su tía Sophie, por ejemplo. Decía que lo había seducido. Era cierto, pero lo curioso era que se había dejado seducir mientras leían la Biblia juntos. A pesar de lo joven que era, parecía comprender que su tía Sophie lo necesitaba en ese sentido. Así que se dejó seducir, según dijo, y después, cuando hacía un tiempo que nos conocíamos, se ofreció a presentarme a su tía para que la beneficiara. Llegó hasta el extremo de hacerle chantaje."
"Era asombroso lo que se parecía a un ángel, con grandes ojos claros que parecían tan francos y sinceros. Tan dispuesto a hacerte favores... casi como un perro fiel. Y después, cuando se había ganado tu aprecio, lo bastante astuto como para hacer que le complacieras en sus caprichos. Y, además, extraordinariamente inteligente. La sagaz inteligencia de un zorro y... la total crueldad de un chacal."
"Hasta que no hubiera dado por lo menos siete vueltas a la tierra corriendo no iba a poder sentarse tranquilamente a observar la ceguera y la indiferencia de los hombres con alguna ecuanimidad."
"Estaba vivo como Ponce de León había esperado estar vivo; vivo como sólo unos pocos hombres lo han estado. Y, al estar vivo de un modo no natural, le importaba un comino que te rieras en sus narices, ni le habría importado que le hubieses robado las pocas posesiones que tenía. Estaba vivo y vacío, lo que es tan próximo a Dios que es demencial."
"Entonces empezaron las auténticas excursiones caníbales que han significado tanto para mí; no más pajaritos muertos recogidos de la hoguera, sino carne humana viva, tierna, carne humana suculenta, secretos como hígados sanguinolentos, confidencias como tumores hinchados que se hayan conservado en hielo. Aprendí a no esperar a que muriera mi víctima, sino a devorarla mientras me hablaba. Muchas veces, cuando dejaba una comida sin acabar, descubrí que no era otra cosa que un viejo amigo menos, un brazo o una pierna. A veces lo dejaba allí: un tronco lleno de intestinos hediondos."
Henry Miller
Villa Seurat, París
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