Deleuze La Red, máquina deseante

sábado, febrero 08, 2014



"Comentando este fenómeno de la Red, Jean Nadal escribe:

«Esa es la máquina deseante que creo más lograda y más completa de las que conozco. Lo contiene todo: el deseo en ella funciona libremente, sobre el factor erótico de la voz como objeto parcial, en el azar y la multiplicidad, y se engancha a un flujo que irradia el conjunto de un campo social de comunicación, a través de la expansión ilimitada de un delirio o de una deriva».

El comentador no tiene toda la razón: hay máquinas deseantes mejores y más completas. Pero las máquinas perversas en general tienen la ventaja de presentarnos una oscilación constante entre una adaptación subjetiva, una desviación de una máquina social técnica y la instauración objetiva de una máquina deseante — aún un esfuerzo si queréis ser republicanos...

En uno de los más bellos textos escritos sobre el masoquismo, Michel de M’Uzan muestra cómo las máquinas perversas del masoquista, que son máquinas propiamente hablando, no se dejan comprender en términos de fantasma, o de imaginación, como tampoco se explican a partir de Edipo o de la castración por vía de proyección: no hay fantasma, dice; sino, lo que es diferente, programación «esencialmente estructurada fuera de la problemática edípica»"

"Las máquinas deseantes constituyen la vida no edípica del inconsciente. Edipo, gadget o fantasma. Picabia llamaba a la máquina, por oposición, «hija nacida sin madre». Buster Keaton presentaba su máquina-casa, en la que todas las habitaciones están en una, como una casa sin madre: todo se realiza por máquinas deseantes, la comida de los solteros (L’Epouvantail, 1920). ¿Es preciso comprender que la máquina sólo tiene un padre y que como Atenea nace ya armada de un cerebro viril?"

"Lo que, precisamente, define a las máquinas deseantes es su poder de conexión hasta el infinito, en todos los sentidos y en todas las direcciones. Es incluso por ello que son máquinas, atravesando y dominando varias estructuras a la vez.

Pues la máquina posee dos características o potencias:

la potencia de lo continuo,

el filo maquínico donde determinada pieza se conecta con otra, el cilindro y el pistón en la máquina de vapor, o incluso, según una línea germinal más lejana, la rueda en la locomotora;

pero también la ruptura de dirección,

la mutación de tal modo que cada máquina es corte absoluto con respecto a lo que reemplaza, como el motor de gas con respecto a la máquina de vapor. Dos potencias que forman una, puesto que

la máquina en sí misma es corte-flujo, siendo el corte siempre adyacente a la continuidad de un flujo que separa de los otros proporcionándole un código, haciéndole acarrear tales o cuales elementos.

Además, no es en provecho de un padre cerebral que la máquina no tiene madre, sino en provecho de un cuerpo lleno colectivo, la instancia maquinizante sobre la que la máquina instala sus conexiones y ejerce sus cortes."

"Los pintores maquínicos han insistido en que no pintaban máquinas como sustitutos de naturalezas muertas o de desnudos;

la máquina no es objeto representado del mismo modo que su dibujo no es representación.

Se trata de introducir un elemento de máquina, de tal modo que forme pieza con otra cosa sobre el cuerpo lleno de la tela, aunque sea con el cuadro mismo, para que sea, precisamente, el conjunto del cuadro el que funcione como máquina deseante.

La máquina inducida siempre es otra que la que parece representada:

veremos que la máquina procede por semejante «desenganche» y así asegura la des-territorialización propiamente maquínica. Valor inductivo de la máquina, o más bien transductivo, que define la recurrencia y se opone a la representación-proyección: la recurrencia maquínica contra la proyección edípica es el lugar de una lucha, de una disyunción, como podemos verlo en el Aeroplapa o la Automoma, o también en la Machine à connaître en forme Mère de Victor Brauner.

En Picabia, el dibujo forma una pieza con la inscripción heteróclita, de tal modo que debe funcionar con ese código, con ese programa, induciendo una máquina que no se le parece.

Con Duchamp, el elemento real de máquina está introducido directamente, valiendo por sí mismo o por su sombra, o por un mecanismo aleatorio que induce entonces a las representaciones subsistentes a cambiar de rol y de status: Tu me.

La máquina se distingue de toda representación (aunque siempre podamos representarla, copiarla, de una manera que por otra parte no ofrece ningún interés), y se distingue de ella porque es Abstracción pura, no figurativa y no proyectiva.

Léger mostró claramente que la máquina no representaba nada, sobre todo no por sí misma, ya que ella misma era producción de estados intensivos organizados: ni forma ni extensión, ni representación ni proyección, sino intensidades puras y recurrentes.

Unas veces sucede, como en Picabia, que el descubrimiento de lo abstracto conduce a los elementos maquínicos, otras veces ocurre lo contrario, como para muchos futuristas.

Pensemos en la vieja distinción de los filósofos entre los estados representativos y

los estados afectivos que no representan nada:

la máquina es el Estado afectivo y es completamente falso decir que las máquinas modernas tienen una percepción, una memoria,

las máquinas no tienen más que estados afectivos.

"Cuando oponemos las máquinas deseantes a Edipo no queremos decir que el inconsciente sea mecánico (las máquinas son más bien la meta-mecánica), ni que Edipo no sea nada. Demasiadas fuerzas y gente mantienen a Edipo, demasiados intereses en juego: sin Edipo, en primer lugar, no habría narcisismo."


"No obstante, esa era la emergencia de la máquina deseante, eso por lo que se distingue de las ligazones psíquicas del aparato edípico y de las ligazones mecánicas o estructurales de las máquinas sociales y técnicas: un conjunto de piezas realmente distintas que funcionan juntas en tanto que realmente distintas (ligadas por la ausencia de lazo). Semejantes aproximaciones de las máquinas deseantes no nos las proporcionan los objetos surrealistas, epifanías teatrales o gadgets edípicos, que no funcionan más que introduciendo en ellos asociaciones — en efecto, el surrealismo fue una vasta empresa de edipización de los movimientos precedentes. Pero las encontraremos más bien en algunas máquinas dadaistas, en los dibujos de Julius Goldberg o, en la actualidad, en las máquinas de Tinguely: ¿cómo obtener un conjunto funcional rompiendo todas las asociaciones? (¿Qué significa «ligado por la ausencia de lazo»?)"


"El arte de la distinción real en Tinguely se obtiene por una especie de desenganche como procedimiento de la recurrencia. Una máquina pone en juego varias estructuras simultáneas que atraviesa; la primera estructura comporta al menos un elemento que no es funcional con respecto a ella, pero que lo es tan sólo en la segunda. Este juego, que Tinguely presenta como esencialmente alegre, asegura el proceso de desterritorialización de la máquina y la posición del mecánico como parte más desterritorializada. La abuela que pedalea en el auto bajo la mirada maravillada del niño —niño no edípico cuyo propio ojo forma parte de la máquina— no hace avanzar el vehículo, pero acciona al pedalear la segunda estructura que corta madera.

Otros procedimientos de recurrencia pueden intervenir o añadirse, como el envolvimiento de las partes en una multiplicidad (así por ejemplo, la máquina-ciudad, ciudad en la que todas las casas están en una casa, o la máquina-casa de Buster Keaton en la que todas las habitaciones están en una habitación).

O también la recurrencia puede ser realizada en una serie que relaciona de un modo esencial a la máquina con los restos y residuos, sea porque destruye sistemáticamente su propio objeto como los Rotozaza de Tinguely, sea porque capta las intensidades o energías perdidas como el proyecto de Transformador de Duchamp, sea porque se compone de restos como el Junk Art de Stankiewicz o el Merz y la máquina-casa de Schwitters, sea, por último, porque se destruye o se sabotea a sí misma y porque «su construcción y el comienzo de su destrucción son indiscernibles»: en todos estos casos (a los que habría que añadir la droga como máquina deseante, la máquina junkie) aparece una pulsión de muerte ..."

"Además, son relaciones aleatorias que aseguran esta ligazón sin lazo de los elementos realmente distintos en tanto que tales o de sus estructuras autónomas, según un vector que va del desorden mecánico al menos probable y que se llamará «vector loco».

Aquí vemos la importancia de las teorías de Vendryes que permiten definir las máquinas deseantes por la presencia de semejantes relaciones aleatorias en la misma máquina y como si produjesen movimientos brownoides del tipo paseo o draga.

 Es precisamente por la realización de relaciones aleatorias

que los dibujos de Goldberg aseguran a su vez la funcionalidad de los elementos realmente distintos, con el mismo gozo que en Tinguely, risa-esquizo: se trata de sustituir un circuito memorial simple, o un circuito social, por un conjunto que funciona como máquina deseante sobre vector loco (en el primer ejemplo, «Para no olvidarse de que debe llevar una carta a su mujer», la máquina deseante atraviesa y programa las tres estructuras automatizadas del deporte, la jardinería y la jaula para pájaros; en el segundo ejemplo, Simple Reducing Machine, el esfuerzo del batelero del Volga, la descompresión del vientre del millonario que está comiendo, la caída del boxeador en el ring y el salto del conejo están programados por el platillo en tanto que define lo menos probable o la simultaneidad del punto de partida y de llegada).


"Todas estas máquinas son máquinas reales. Hocquenghem está en lo cierto cuando dice: «Allí donde el deseo actúa ya no hay lugar para lo imaginario» ni para lo simbólico.

Todas estas máquinas ya están ahí, no cesamos de producirlas, de fabricarlas, de hacerlas funcionar, pues son deseo, deseo tal cual es — aunque se precisen artistas para asegurar su presentación autónoma.

Las máquinas deseantes no están en nuestra imaginación, están en las mismas máquinas sociales y técnicas. Nuestra relación con las máquinas no es una relación de invención ni de imitación, no somos ni los padres cerebrales ni los hijos disciplinados de la máquina. Es una relación de poblamiento: poblamos las máquinas sociales técnicas con máquinas deseantes y no podemos hacerlo de otro modo. Debemos decir a la vez: las máquinas sociales técnicas no son más que conglomerados de máquinas deseantes en condiciones molares históricamente determinadas; las máquinas deseantes son máquinas sociales y técnicas devueltas a sus condiciones moleculares determinantes. Merz de Schiwitters es la última sílaba de Komerz. En vano nos preguntaremos sobre la utilidad o la no utilidad, la imposibilidad de estas máquinas deseantes. La imposibilidad (y aún rara vez), la inutilidad (y aún rara vez), sólo aparecen en la presentación artística autónoma. No veis que son posibles puesto que están, de cualquier modo están ahí, y nosotros funcionamos con ellas. Son eminentemente útiles, puesto que constituyen en ambos sentidos la relación entre la máquina y el hombre, la comunicación entre ambos. En el mismo momento que dices «es imposible», no ves que tú la haces posible, al ser tú mismo una de esas piezas, justamente la pieza que creías que faltaba para que ya funcionase, el dancer-danger. Discutes su posibilidad o utilidad, pero tú ya estás en la máquina, formas parte de ella, ..."

"Uno de los artistas más grandes de máquinas deseantes, Buster Keaton, supo plantear el problema de una adaptación de máquina de masas a fines individuales, de pareja o de pequeño grupo, en El Crucero del Navigator, donde los dos protagonistas «deben enfrentarse a un equipo de menaje utilizado generalmente por varios centenares de personas (el pañol es un bosque de palancas, motones e hilos)».

Cierto es que los temas de la reducción o de la adaptación de las máquinas no son suficientes por sí mismos y que valen para algo más, como lo demuestra la reivindicación para todos de utilizarlas y controlarlas. Pues la verdadera diferencia entre las máquinas sociales técnicas y las máquinas deseantes no radica, evidentemente, en el tamaño, ni siquiera en los fines, sino en el régimen que decide el tamaño y los fines. Son las mismas máquinas, pero no es el mismo régimen."

"Nosotros creemos, al contrario, que la máquina debe ser pensada inmediatamente con respecto a un cuerpo social y no con respecto a un organismo biológico humano. Si es de este modo, no podemos considerar a la máquina como un nuevo segmento que sucede al de la herramienta, en una línea que tendría su punto de partida en el hombre abstracto. Pues el hombre y la herramienta ya son piezas de máquina en el cuerpo lleno de una sociedad considerada. La máquina es, en primer lugar, una máquina social constituida por un cuerpo lleno como instancia maquinizante y por los hombres y las herramientas que están maquinadas en tanto que distribuidas sobre este cuerpo. Hay, por ejemplo, un cuerpo lleno de la estepa que maquina hombre-caballo-arco, un cuerpo lleno de la ciudad griega que máquina hombres y armas, un cuerpo lleno de la fábrica que máquina a los hombres y las máquinas...

De dos definiciones de la fábrica dadas por Ure, y citadas por Marx, la primera remite las máquinas a los hombres que las vigilan, la segunda remite las máquinas y los hombres, «órganos mecánicos e intelectuales», a la fábrica como cuerpo lleno que los maquina. Ahora bien, la segunda definición es la literal y concreta.


"La máquina comprendida de este modo se define como máquina deseante: el conjunto de un cuerpo lleno que maquina y de los hombres y herramientas sobre él maquinados. De ello se desprenden varias consecuencias que tan sólo podemos indicar en calidad de programa.


"En primer lugar, las máquinas deseantes son las mismas que las máquinas sociales y técnicas, pero son como su inconsciente: manifiestan y movilizan, en efecto, las catexis libidinales (catexis de deseo) que «corresponden» a las catexis conscientes o preconscientes (catexis de interés) de la economía, de la política y de la técnica de un campo social determinado. Corresponder no significa parecerse: se trata de otra distribución, de otro «mapa», que ya no concierne a los intereses constituidos en una sociedad, ni al reparto de lo posible y lo imposible, de las coacciones y las libertades, todo lo que constituye las razones de una sociedad. Pero, bajo esas razones, hay las formas insólitas de un deseo que carga los flujos como tales y sus cortes, que no cesa de reproducir los factores aleatorios, las figuras menos probables y los encuentros entre series independientes en la base de esta sociedad, y que desprenden un amor «por sí mismo», amor del capital por sí mismo, amor de la burocracia por sí misma, amor de la represión por sí misma, y todo tipo de extrañas cosas como ..."

En segundo lugar, que las máquinas deseantes sean como el límite interior de las máquinas sociales técnicas, lo comprendemos mejor si consideramos que el cuerpo lleno de una sociedad, la instancia maquinizante, nunca está dado como tal, sino que siempre debe ser inferido a partir de los términos y de las relaciones puestas en juego en esta sociedad. El cuerpo lleno del capital como cuerpo que echa brotes, Dinero que produce Dinero, nunca está dado por sí mismo.

Implica un pasaje al límite, donde los términos se reducen a sus formas simples absolutamente solidificadas, y las relaciones, reemplazadas «positivamente» por una ausencia de vínculo.

Por ejemplo, para la máquina deseante capitalista, el encuentro entre el capital y la fuerza de trabajo, el capital como riqueza desterritorializada y la fuerza de trabajo como trabajador desterritorializado,

dos series independientes o formas simples cuyo encuentro aleatorio

no cesa de ser reproducido en el capitalismo.

¿Cómo la ausencia de lazo o vínculo puede ser positiva?

Volvemos a encontrarnos con la cuestión de Leclaire que enuncia la paradoja del deseo:

¿cómo algunos elementos pueden estar ligados precisamente por la ausencia de lazo?

 En cierta manera podemos decir que el cartesianismo, con Spinoza o Leibniz, no ha cesado de responder a esta cuestión.

Es la teoría de la distinción real, en tanto que implica una lógica específica.

Los elementos últimos o las formas simples pertenecen al mismo ser o a la misma substancia porque son realmente distintos y enteramente independientes unos de otros.

Es en este sentido que un cuerpo lleno substancial no funciona del todo como un organismo.

Y la máquina deseante es precisamente eso: una multiplicidad de elementos distintos o de formas simples ligadas sobre el cuerpo lleno de una sociedad, precisamente en tanto que están «sobre» ese cuerpo o en tanto que son realmente distintos.

La máquina deseante como paso al límite: inferencia del cuerpo lleno, liberación de las formas simples, asignación de las ausencias de lazo..."

"J.-J. Lebel cita imágenes del film de Genet que forman una máquina deseante de la prisión: dos detenidos en células contiguas, uno de los cuales sopla humo en la boca del otro, por un canuto que pasa por un pequeño agujero del muro, mientras que un vigilante se masturba a la vez que mira. El vigilante es a la vez elemento de antiproducción y pieza mirona de la máquina: el deseo pasa por todas las piezas.

Lo cual quiere decir que las máquinas deseantes no están pacificadas: hay en ellas dominaciones y servidumbres, elementos mortíferos, piezas sádicas y piezas masoquistas yuxtapuestas. Precisamente en la máquina deseante, esas piezas o elementos adquieren como todas las otras sus dimensiones propiamente sexuales. No es que la sexualidad, como querría el psicoanálisis, disponga de un código edípico que vendría a doblar las formaciones sociales, o incluso a presidir su génesis y su organización mentales (dinero y analidad, fascismo y sadismo, etc.). No hay simbolismo sexual y la sexualidad no designa otra «economía», otra «política», sino el inconsciente libidinal de la economía política en tanto que tal. La libido, energía de la máquina deseante, carga como sexual toda diferencia social, de clase, de raza, etc., ya para garantizar en el inconsciente el muro de la diferencia sexual ya, al contrario, para reventar este muro, abolirlo en el sexo no-humano. En su violencia misma, la máquina deseante es una prueba de todo el campo social por el deseo, prueba que tanto puede llevar al triunfo del deseo como a la opresión de deseo. La prueba consiste en lo siguiente: dada una máquina deseante, ¿cómo convierte en una de sus piezas a una relación de producción o a una diferencia social y cuál es la posición de esa pieza? ¿El vientre del millonario en el dibujo de Goldberg, el vigilante que se masturba en la imagen de Genet? El jefe secuestrado, ¿no es una pieza de máquina deseante-fábrica, una forma de responder a la prueba?


"En cuarto lugar, si la sexualidad como energía del inconsciente es la catexis del campo social por las máquinas deseantes, ocurre que la actitud frente a las máquinas en general no expresa en modo alguno una simple ideología, sino la posición del deseo en función de los cortes y de los flujos que atraviesan este campo. Por esa razón, el tema de la máquina tiene un contenido tan fuertemente, tan abiertamente sexual."

Deleuze

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