Las máquinas de los creadores
domingo, febrero 02, 2014
"Michel Carrouges aisló, bajo el nombre de «máquinas célibes», un cierto número de máquinas fantásticas que descubrió en la literatura. Los ejemplos que invoca son muy variados y a simple vista parece que no pueden situarse bajo una misma categoría:
la Mariée mise à nu... de Duchamp,
la máquina de La Colonia penitenciaria de Kafka,
las máquinas de Raymond Roussel,
las del Surmále de Jarry,
algunas máquinas de Edgar Poe,
la Eve future de Villiers, etc.
Sin embargo, los rasgos que crean la unidad, de importancia variable según el ejemplo considerado, son los siguientes: en primer lugar, la máquina célibe da fe de una antigua máquina paranoica, con sus suplicios, sus sombras, su antigua Ley. No obstante, no es una máquina paranoica. Toda la diferencia de esta última, sus mecanismos, carro, tijeras, agujas, imanes, radios.
Hasta en los suplicios o en la muerte que provoca, manifiesta algo nuevo, un poder solar.
En segundo lugar, esta transfiguración no puede explicarse por el carácter milagroso que la máquina debe a la inscripción que encierra, aunque efectivamente encierre las mayores inscripciones (cf. el registro colocado por Edison en la Eva futura).
Existe un consumo actual de la nueva máquina, un placer que podemos calificar de auto-erótico o más bien de automático en el que se contraen las nupcias de una nueva alianza, nuevo nacimiento, éxtasis deslumbrante como si el erotismo liberase otros poderes ilimitados.
La cuestión se convierte en: ¿qué produce la máquina célibe? ¿qué se produce a través de ella? La respuesta parece que es: cantidades intensivas.
Hay una experiencia esquizofrénica de las cantidades intensivas en estado puro, en un punto casi insoportable —una miseria y una gloria célibes sentidas en el punto más alto, como un clamor suspendido entre la vida y la muerte, una sensación de paso intensa, estados de intensidad pura y cruda despojados de su figura y de su forma.
A menudo se habla de las alucinaciones y del delirio; pero el dato alucinatorio (veo, oigo) y el dato delirante (pienso...) presuponen un Yo siento más profundo, que proporcione a las alucinaciones su objeto y al delirio del pensamiento su contenido.
Un «siento que me convierto en mujer», «que me convierto en Dios», etc., que no es ni delirante ni alucinatorio, pero que va a proyectar la alucinación o a interiorizar el delirio.
Delirio y alucinación son secundarios con respecto a la emoción verdaderamente primaria que en un principio no siente más que intensidades, devenires, pasos. ¿De dónde proceden estas intensidades puras?
Proceden de las dos fuerzas precedentes, repulsión y atracción, y de la oposición entre estas dos fuerzas. No es que las propias intensidades estén en oposición unas con otras y se equilibren alrededor de un estado neutro. Por el contrarío, todas son positivas a partir de la intensidad = 0 que designa el cuerpo lleno sin órganos. Y forman caídas o alzas relativas según su relación compleja y según la proporción de atracción y repulsión que entra en su juego. En una palabra, la oposición entre las fuerzas de atracción y repulsión produce una serie abierta de elementos intensivos, todos positivos, que nunca expresan el equilibrio final de un sistema,
sino un número ilimitado de estados estacionarios y metastásicos por los que un sujeto pasa.
Profundamente esquizoide es la teoría kantiana que dice que las cantidades intensivas llenan la materia sin vacío en diversos grados. Siguiendo la doctrina del presidente Schreber, la atracción y la repulsión producen intensos estados de nervios que llenan el cuerpo sin órganos en diversos grados, por los que pasa el sujeto-Schreber, convirtiéndose en mujer, convirtiéndose en muchas más cosas siguiendo un círculo de eterno retorno. Los senos sobre el torso desnudo del presidente no son ni delirantes ni alucinatorios; en primer lugar, designan una banda de intensidad, una zona de intensidad sobre su cuerpo sin órganos. El cuerpo sin órganos es un huevo: está atravesado por ejes y umbrales, latitudes, longitudes, geodésicas, está atravesado por gradientes que señalan los devenires y los cambios del que en él se desarrolla.
Aquí nada es representativo. Todo es vida y vivido: la emoción vivida de los senos no se parece a los senos, no los representa,
del mismo modo como una zona predestinada en el huevo no se parece al órgano que de allí va a surgir. Sólo bandas de intensidad, potenciales, umbrales y gradientes. Experiencia desgarradora, demasiado conmovedora, mediante la cual
el esquizo es el que está más cerca de la materia, de un centro intenso y vivo de la materia: «esta emoción situada fuera del punto particular donde la mente la busca... esta emoción que devuelve a la mente el sonido turbador de la materia, toda el alma corre por ella y pasa por su fuego ardiente»"
Deleuze
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