Escribir en la multiplicidad irreductible a la unidad. Proust
domingo, febrero 02, 2014
"En las máquinas deseantes todo funciona al mismo tiempo,
pero en los hiatos y las rupturas, las averías y los fallos, las intermitencias y los cortocircuitos, las distancias y las parcelaciones, en una suma que
nunca reúne sus partes en un todo.
En ellas los cortes son productivos, e incluso son reuniones.
Las disyunciones, en tanto que disyunciones, son inclusivas.
Los propios consumos son pasos, devenires y regresos.
Maurice Blanchot ha sabido plantear el problema con todo rigor, al nivel de una máquina literaria: ¿cómo producir, y pensar, fragmentos que tengan entre sí relaciones de diferencia en tanto que tal, que tengan como relaciones entre sí a su propia diferencia, sin referencias a una totalidad original incluso perdida, ni a un totalidad resultante incluso por llegar?
Sólo la categoría de multiplicidad, empleada como sustantivo y superando lo múltiple tanto como lo Uno, superando la relación predicativa de lo Uno y de lo múltiple, es capaz de dar cuenta de la producción deseante: la producción deseante es multiplicidad pura, es decir, afirmación irreductible a la unidad.
Estamos en la edad de los objetos parciales,
de los ladrillos y de los restos o residuos. Ya no creemos en estos falsos fragmentos que, como los pedazos de la estatua antigua, esperan ser completados y vueltos a pegar para componer una unidad que además es la unidad de origen.
Ya no creemos en una totalidad original ni en una totalidad de destino.
Ya no creemos en la grisalla de una insulsa dialéctica evolutiva, que pretende pacificar los pedazos limando sus bordes.
No creemos en totalidades más que al lado.
Y si encontramos una totalidad tal al lado de partes,
esta totalidad es un todo de aquellas partes, pero que no las totaliza,
es una unidad de todas aquellas partes, pero que no las unifica,
y que se añade a ellas como una nueva parte compuesta aparte.
«Surge, pero aplicándose esta vez al conjunto, como determinado pedazo compuesto aparte, nacido de una inspiración» — nos dice Proust de la unidad de la obra de Balzac, pero también de la suya.
Y en la máquina literaria de la Recherche du temps perdu, es sorprendente hasta que punto todas las partes son producidas como lados disimétricos, direcciones rotas, cajas cerradas, vasos no comunicantes, compartimentos, en los que incluso las contigüidades son distancias, y las distancias afirmaciones, pedazos de puzzle que no pertenecen a uno solo, sino a puzzles diferentes, violentamente insertados unos en otros, siempre locales y nunca específicos, y sus bordes discordantes siempre forzados, profanados, imbricados unos en otros, siempre con restos.
Esta es la obra esquizoide por excelencia:
podríamos decir que la culpabilidad, las declaraciones de culpabilidad, no están presentes más que para reír. (En términos kleinianos se podría decir que la posición depresiva no es más que una cobertura para una posición esquizoide más profunda). Pues los rigores de la ley sólo en apariencia expresan la protesta de lo Uno y, por el contrario, encuentran su verdadero objeto en la absolución de los universos parcelados,
en los que la ley no reúne nada en un Todo,
sino que por el contrario mide y distribuye las separaciones, las dispersiones, los estallidos de los que saca su inocencia en la locura.
Por ello, el tema aparente de la culpabilidad se entrelaza en Proust con otro tema que lo niega, el de la ingenuidad vegetal en la separación de los sexos, en los encuentros de Charlus así como en el sueño de Albertine, allí donde reinan las flores y se revela la inocencia de la locura, locura manifiesta de Charlus o locura supuesta de Albertine."
"Pues Proust decía que el todo es producido,
que es producido como una parte al lado de las partes,
que ni unifica ni totaliza,
sino que se aplica a ellas
instaurando solamente comunicaciones aberrantes entre vasos no comunicantes,
unidades transversales entre elementos que mantienen toda su diferencia en sus propias dimensiones.
Así por ejemplo, en el viaje en ferrocarril, nunca hay totalidad de lo que se ve ni unidad de los puntos de vista; sólo en la transversal que traza el viajero enloquecido de una ventana a otra, «para aproximar, para pegar los fragmentos intermitentes y opuestos». Aproximar, pegar, es lo que Joyce denominaba «re-embody». El cuerpo sin órganos es producido como un todo, pero en su debido lugar, en el proceso de producción, al lado de las partes que ni unifica ni totaliza. Y cuando se aplica a ellas, se vuelca sobre ellas, e induce comunicaciones transversales, avisos transfinitos, inscripciones polívocas y transcursivas, sobre su propia superficie en la que los cortes funcionales de los objetos parciales no cesan de ser recortados por los cortes de cadenas significantes y por los cortes de un sujeto que allí se orienta.
El todo no sólo coexiste con las partes, es contiguo, él mismo producido aparte, y aplicándose a ellas:
los genetistas lo muestran a su modo cuando dicen que «los aminoácidos son asimilados individualmente en la célula, pues son colocados en el orden conveniente por un mecanismo análogo a un molde en el que la cadena lateral característica de cada ácido se coloca en su propia posición».
Por regla general, el problema de las relaciones partes-todo permanece mal planteado tanto por el mecanicismo como por el vitalismo clásicos, en tanto
el todo es considerado como totalidad derivada de las partes,
o como totalidad originaria de la que emanan las partes,
o como totalización dialéctica.
El mecanicismo no más que el vitalismo, no ha captado la naturaleza de las máquinas deseantes, ni la doble necesidad de introducir la producción en el deseo tanto como el deseo en la mecánica."
"Una máquina deseante, un objeto parcial no representa nada: no es representativo.
Más bien es soporte de relaciones y distribuidor de agentes;
pero estos agentes no son personas,
como tampoco estas relaciones son intersubjetivas."
Deleuze
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