Samuel Butler El libro de las máquinas
lunes, febrero 03, 2014
"Un profundo texto de Samuel Butler, El libro de las máquinas, permite, sin embargo, sobrepasar estos puntos de vista. También es cierto que ese texto parece oponer primero tan sólo las dos tesis ordinarias, una según la cual
los organismos no son por el momento más que máquinas más perfectas
(«Las cosas mismas que creemos puramente espirituales no son más que rupturas de equilibrio en una serie de palancas, empezando por aquellas palancas que son demasiado pequeñas para ser apreciadas por el microscopio»),
la otra según la cual las máquinas nunca son más que prolongamientos del organismo
(«Los animales inferiores guardan sobre sí sus miembros, en su propio cuerpo, mientras que la mayoría de los miembros del hombre están libres y yacen separados ora aquí ora allá en diferentes lugares del mundo»).
Mas existe una forma butleriana de llevar cada una de las tesis a un punto extremo en el que ya no pueden oponerse, un punto de indiferencia o de dispersión. Por una parte, Butler no se contenta con decir que
las máquinas prolongan el organismo, sino que son realmente miembros y órganos yaciendo sobre el cuerpo sin órganos de la sociedad,
que los hombres se apropian según su poder y su riqueza, y de los que la pobreza les priva como si fuesen organismos mutilados.
Por otra parte, no se contenta con decir que los organismos son máquinas, sino que contienen tal abundancia de partes que deben ser comparadas a piezas muy diferentes de distintas máquinas que remiten unas a otras, maquinadas sobre otras.
Ahí radica lo esencial, un doble paso al límite efectuado por Butler. Hace estallar la tesis vitalista al poner en tela de juicio la unidad específica o personal del organismo, y más aún la tesis mecanicista, al poner en tela de juicio la unidad estructural de la máquina.
Se suele decir que las máquinas no se reproducen, o que sólo se reproducen por mediación del hombre, pero «¿dice nadie acaso que el trébol rojo carece de aparato reproductor porque la humilde abeja, y sólo la abeja, debe servir de intermediaria para que pueda reproducirse?
La abeja forma parte del sistema reproductor del trébol.
Cada uno de nosotros ha brotado de animalitos ínfimos cuya identidad era enteramente distinta de la nuestra, y forman parte de nuestro propio sistema reproductor; ¿por qué no habríamos de formar parte nosotros de tal sistema de las máquinas?...
Nos engañamos cuando consideramos una máquina complicada como si fuera una cosa única. En realidad es una ciudad o una sociedad donde cada uno de sus miembros ha sido engendrado de acuerdo con su clase o tipo. Miramos a una máquina como a un todo, la llamamos por un nombre que la individualiza. Como al mirar a nuestros propios miembros, sabemos que la combinación forma un individuo que surge de un único centro de acción reproductora, damos, en consecuencia, por sentado que no puede existir una acción reproductora que no brote de un único centro.
Pero esta premisa es anticientífica y el mero hecho de que ninguna máquina de vapor haya sido construida enteramente por otra, o por otras dos de su propio tipo, no es suficiente para autorizarnos a decir que las máquinas de vapor no tienen un aparato reproductor. La verdad es que cada parte de una máquina de vapor es engendrada por sus propios procreadores especiales, cuya función es procrear esa parte y solamente esa parte, mientras que la combinación de las partes en un todo forma otro departamento del aparato reproductor mecánico...»
De paso, Butler encuentra el fenómeno de la plusvalía de código, cuando una parte de máquina capta en su propio código un fragmento de código de otra máquina: el trébol rojo y la abeja; o bien la orquídea y la avispa macho a la que atrae e intercepta al tener sobre su flor la imagen y el olor de la avispa hembra.
En este punto de dispersión de las dos tesis se vuelve indiferente decir que
las máquinas son órganos, o los órganos máquinas.
Las dos definiciones se equivalen: el hombre como «animal vertebro-maquinado» o como «parásito afidio de las máquinas». Lo esencial no radica en el paso al infinito mismo, la infinidad compuesta de las piezas de máquina o la infinidad temporal de los animálculos, sino más bien en lo que aflora aprovechando ese paso.
Una vez deshecha la unidad estructural de la máquina, una vez depuesta la unidad personal y específica de lo vivo, un vínculo directo aparece entre la máquina y el deseo, la máquina pasa al corazón del deseo,
la máquina es deseante y el deseo maquinado.
El deseo no está en el sujeto, sino que la máquina está en el deseo;
y el sujeto residual está en el otro lado, al lado de la máquina, en todo el contorno, parásito de las máquinas, accesorio del deseo vertebro-maquinado. En una palabra, la verdadera diferencia no está entre la máquina y lo vivo, el vitalismo y el mecanicismo, sino entre dos estados de la máquina que son asimismo dos estados de lo vivo. La máquina presa en su unidad estructural, lo vivo preso en su unidad específica e incluso personal, son fenómenos de masa o conjuntos molares; es en ese concepto que remiten desde fuera uno al otro. E incluso cuando se distinguen y se oponen lo hacen tan sólo como dos sentidos en una misma dirección estadística. Mas, en la otra dirección más profunda o intrínseca de las multiplicidades, hay compenetración, comunicación directa entre los fenómenos moleculares y las singularidades de lo vivo, es decir, entre las pequeñas máquinas dispersas en toda máquina y las pequeñas máquinas insertas en todo organismo: dominio de indiferencia de lo microfísico y de lo biológico que hace que haya tantos vivientes en la máquina como máquinas en lo viviente. ¿Por qué hablar de máquinas en ese campo cuando no las hay, parece ser, propiamente hablando (ni unidad estructural ni ligazones mecánicas preformadas)?
«Mas es posible la formación de tales máquinas, en relevos indefinidamente superpuestos, en ciclos de funcionamiento engranados unos en otros, que obedecerán una vez montados a las leyes de la termodinámica, pero que, en su montaje, no dependen de esas leyes, puesto que la cadena de montaje empieza en un campo donde por definición todavía no hay leyes estadísticas...
A este nivel, funcionamiento y formación todavía están confundidos como en la molécula; y a partir de ese nivel se abren las dos vías divergentes que conducirán, una a los montones más o menos regulares de individuos, la otra a los perfeccionamientos de la organización individual cuyo esquema más simple es la formación de un tubo...»
La verdadera diferencia radica, por tanto, entre las máquinas molares por una parte, tanto si son sociales, técnicas u orgánicas, y las máquinas deseantes, que pertenecen al orden molecular, por otra parte. Eso son las máquinas deseantes: máquinas formativas, cuyos propios fallos son funcionales y cuyo funcionamiento es indiscernible de la formación; máquinas cronógenas confundidas con su propio montaje, que operan por ligazones no localizables y localizaciones dispersas y hacen intervenir procesos de temporalización, formaciones en fragmentos y piezas separadas, con plusvalía de código, y donde el todo es él mismo producido al lado de las partes, como una parte o, según las palabras de Butler, «en otro departamento» que lo vuelca en las otras partes;
máquinas propiamente hablando, porque proceden por cortes y flujos, ondas asociadas y partículas, flujos asociativos y objetos parciales, induciendo siempre a distancia conexiones transversales, disyunciones inclusivas, conjunciones polívocas, produciendo de ese modo extracciones, separaciones y restos, con transferencia de individualidad, en una esquizogénesis generalizada cuyos elementos son los flujos-esquizias."
Deleuze
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