Derrida Freud La pulsión de muerte
sábado, diciembre 21, 2013
"... ¿y si esa pretendida propiedad, más literalmente
ese valor de inmanencia de la muerte a la vida,
si esa domesticidad familiar de la muerte no fuese sino una creencia consoladora?
¿Y si fuese una ilusión destinada a hacernos, como dice también el Poeta,
“soportable el fardo de la existencia” (“um die Schwere des Daseins zu ertragen”)?
¿A hacerlo como Ananké más soportable de lo que sería como accidente o azar?
Traduzcamos: ¿y si la autenticidad propia del Dasein como Sein zum Tode,
si su Eigentlichkeit no fuese sino el engaño de una proximidad,
de una presencia ante sí (Da) de lo propio, aunque fuese en una forma que no sería
ya la del sujeto, de la conciencia, de la persona, del hombre, de la sustancia viva?
¿Y si fuese justamente el poema, lo poético mismo esa muerte inmanente
y propia de la vida? ¿Un gran poema narrativo, la única historia que se cuenta
siempre, que se dirige uno a sí mismo,
la poética de lo propio como reconciliación, consuelo, serenidad?
La única “creencia” también, o más bien contracreencia, ya que esa creencia
no es originaria. Miremos, dice Freud, a los “pueblos primitivos”. El indicio de la
normalidad originaria no es esta vez el niño sino el “primitivo”:
éste cree tan poco en la muerte natural que la atribuye siempre
a la agresividad del enemigo. Toda muerte es un asesinato.
La lógica de este argumento estaba ya en obra en las Consideraciones actuales
sobre la guerra y sobre la muerte (1915):
el inconsciente está ante la muerte como el primitivo, no la conoce, no cree en ella,
la ignora como la negación.
La angustia ante la muerte, precisa Inhibición, síntoma y angustia,
no tiene contenido propio,
justamente, es el analogon de la angustia de castración. Los que juzgan este
argumento incompatible con lo que creen ser la tesis de la “pulsión de muerte”
deben remitirse a esa articulación sintáctica de la atesis, en el lugar preciso
que le reconocemos en este momento.
Nos vemos arrastrados entonces al rodeo biologista por la genética de la época.
Es la única parte ante la cual Freud reconoció que no estaba todavía redactada
en el momento de la muerte de su hija -madre de su nieto. Esas pocas páginas
se releen por sí mismas en relación con La logique du vivant y de lo que allí
habíamos acentuado antaño: en cuanto a la muerte (inmanente o no), en cuanto
a la sexualidad (originaria o tardía) de los protozoarios (inmortales o no) y en
cuanto a
la lógica del “suplemento”
cuyo programa ineluctable hemos reconocido. En sus esquemas principales,
los dos libros siguen siendo asombrosamente contemporáneos. El contenido
nuevo de las conquistas científicas y de los descubrimientos positivos no ha
desplazado, desde 1920, el menor elemento conceptual en la posición de los
problemas, los tipos de preguntas, de respuestas y de norespuestas.
Un modelo genético interesa particularmente a Freud. Digo precisamente “modelo”
para establecer la conexión con nuestra problemática inicial y porque Freud habla
precisamente de “analogía inesperada” (unerwartete Analogie), de parecido o de
parentesco impresionante (auf fällige Ähnlichkeit), de “concordancia significativa”
(bedeutsame Übereinstimmung) (tan significativa, murmurarán ustedes, como la
Übereinstimmung entre el abuelo y su hija en la interpretación del o-o-o-o).
El modelo genético que fascina a Freud es el que propone Weismann.
En la morfología de la sustancia viva, distingue el soma, cuerpo abstraído del
material sexual y hereditario, y el plasma germinativo que sirve para la
conservación y la propagación de la especie. El cuerpo abstraído, disociado de
todo valor de herencia, es mortal. Está condenado a la muerte. Es en cierto modo
el cuerpo del cuerpo. En cambio el poder germinal del plasma es inmortal.
Los límites de la analogía no se le escapan a Freud. Weismann reserva en efecto
esa dualidad a los organismos multicelulares para los cuales únicamente la
muerte sería natural, mientras que los protozoarios
serían “potencialmente inmortales”.
Pero a pesar de estos límites, la analogía parece aceptable a Freud. Su esquema
dualista corresponde a la distinción entre pulsiones de muerte y pulsiones de vida.
Es en este lugar donde se hace alusión al refugio de la filosofía schopenhaueriana
según la cual la muerte sería el “resultado propio” (eigentliche Resultat) de la vida,
y la pulsión sexual la incorporación de la voluntad de vivir.
Y sin embargo, al mismo tiempo que está de acuerdo con la analogía “científica”,
Freud sigue pareciendo insatisfecho de su gestión. Propone, una vez más, tener
la “audacia” de “dar un paso más”, “einen Schritt welter zu gehen”.
¿Se dejarán contar los nuevos pasos más?
El modelo biológico podía ya inducir una tentación: transportarlo también a lo
que obra en un corpus, a lo que se hereda o no se hereda en una tradición.
Por ejemplo el “movimiento” analítico. Se discerniría entonces en él el cuerpo
del cuerpo, el cuerpo abstracto o el cuerpo mortal, aquel que no se hereda y
al que no le toca nada. Y después el otro, etc. ¿No nos ayuda Freud a eso?
Parece primero desviar ese modelo hacia una metáfora político-psicoanalítica:
la asociación vital de células para mantener la vida del organismo.
El Estado o la sociedad multicelular guarda la vida más allá de la muerte de tal
o cual sujeto. Socius primitivo, contrato originario, “natural”: la copulación sirve
para la reproducción y el rejuvenecimiento de las otras células. Podría entonces
jugarse a la metáfora transferencial, transferir la transferencia y comparar,
übertragen dice Freud, la teoría psicoanalítica de la libido con esas células
biopolíticas. Presentes en cada célula, las dos pulsiones (vida, muerte)
neutralizan en parte los efectos de pulsión de muerte en las otras células
a las que mantienen vivas, ocasionalmente llevando la cosa hasta el sacrificio
de sí mismas. Ese sacrificio estaría, por supuesto, ordenado bajo el gran cálculo,
la gran economía de la herencia. Del heroísmo altruista de ciertas células que se
ponen de repente a parecerse a “soldados rasos” de la guerra del 14, del lado
austriaco, por supuesto (del lado de los dos hijos cuya muerte Freud esperaba
que le anunciaran), y vulnerables a las neurosis traumáticas. A esas células
condecoradas en la mayor cercanía del frente se oponen las otras, las “narcísicas”
que guardan para ellas mismas toda su libido. Se niegan a transferir la menor
parte de ella a un objeto cualquiera. Se la guardan eventualmente para una labor
constructiva (por ejemplo el arte, la ciencia, la institución en general) y sublime.
Freud en este punto no excluye que los tumores malignos, tan destructivos para
lo que los rodea, sean en ese sentido “narcísicas”: se aumentan, se autorizan,
se multiplican de manera desencadenada, a la vez más invulnerables y más
ofrecidos a las “heridas narcísicas” por inducir a la proliferación. Se autonomizan,
se liberan, sin consideraciones hacia las otras células o hacia la totalidad del
organismo, de los derechos de autor y de sucesión después de haberse retirado
de todo y protegido detrás del frente. Hipótesis que hay que recibir, por supuesto,
de la boca de Freud.
Toda esa estrategia “maligna” explota y perturba, como es sabido, las redes
de comunicación o de información genética, los cambios de agujas y las cifras
de su código gráfico.
Dos páginas después del “paso más” (einen Schritt welter), ha venido un
“nuevo paso” (der nächste Schritt), prescrito por el concepto de narcisismo.
El precedente nos había dejado “marcando el paso”. Éste consiste en el
descubrimiento de una libido vuelta hacia el Yo, cuando se hace objeto sexual,
e incluso el más importante de los objetos sexuales. Freud se refiere a la
Introducción al narcisismo (1914). Ahora bien, si semejante libido existe,
desaparece la oposición entre pulsión del yo (mortífera) y pulsión sexual
(procreadora). Esa oposición no tiene ya en todo caso valor cualitativo,
corresponde únicamente a una diferenciación tópica."
ESPECULAR – SOBRE “FREUD”
Jacques Derrida
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