Derrida Platón Sócrates "los dos mayores falsificadores de la historia"

martes, diciembre 17, 2013





"Puede tratarse de un nombre propio o de un signo de puntuación, del apóstrofe
apenas que sustituye la letra elidida, de una palabra, de una sola letra o de varias,
puede tratarse de frases breves o muy largas, numerosas o escasas, a veces en sí
mismas inconclusas desde el origen. Hablo obviamente cada vez de un continuum
de palabras o de frases, de signos que fallan al interior, si podemos llamarle así,
de una tarjeta, de una carta o de una tarjeta-carta."



"Lo que prefiero de la tarjeta postal es que no se sabe lo que está delante y
lo que está detrás, aquí o allá, cerca o lejos, el Platón o el Sócrates, el anverso
o el reverso. Tampoco lo que importa más, la imagen o el texto, ni dentro del
texto, el mensaje o el texto al pie, o la dirección. Aquí, en mi apocalipsis de
tarjeta postal, hay nombres propios, S. y p., arriba de la imagen, y la
reversibilidad se desata, se vuelve loca te lo dije, la loca eres tú -de atar.
De antemano trastocas todo lo que digo, no entiendes nada, pero ahora sí que
nada, nada de nada, o más bien todo, que enseguida anulas, y ya no puedo
parar de hablar"



"¿Se dará cuenta la gente (no hablo de los “filósofos” ni de los que leen a Platón)
de hasta qué punto ese viejo par ha invadido nuestra domesticidad más íntima,
metiéndose en todo, participando en todo, y haciéndonos asistir desde hace siglos

a sus anaparálisis colosales e infatigables?

¿Uno en el otro, uno ante el otro, uno tras el otro, uno detrás del otro? Desde siempre
sé que estamos perdidos, y que respecto

de ese desastre tan inicial se ha abierto una distancia infinita esa catástrofe,

muy cerca del comienzo, ese vuelco repentino que aún lo logro pensar fue
la condición de todo,"



"Dese Ud. cuenta, todo en nuestra cultura bildopédica, en nuestra política de lo
enciclopédico, en nuestras telecomunicaciones de todo tipo, en nuestro archivo
telematicometafísico, en nuestra biblioteca, por ejemplo la maravillosa Bodleian,
todo se halla construido sobre la carta protocolaria de un axioma que podría ser
demostrado, expuesto sobre una enorme carta, una tarjeta postal, claro, de tan
simple, elemental, breve estereotipia acobardada (sobre todo no decir ni pensar
nada que desvíe, que entorpezca la telecom.). La carta establece en contrato lo
siguiente, así de tonto, tal parece: Sócrates viene antes de Platón, hay entre ellos
- y en general - un orden de generación, una irreversible secuencia hereditaria.

Sócrates está antes, no delante sino antes de Platón, y por ende detrás de él, y la
carta nos ata a ese orden: he aquí cómo orientarse en el pensamiento, aquí está
la derecha y aquí está la izquierda, camina. Sócrates, el que no escribe, como
decía Nietzsche (¿cuántas veces te repetí que ése a mí me parecía también,
a veces o incluso siempre, un poco ingenuo visto así a la ligera, sur les bords?;
¿recuerdas esa fotografía suya, con ese aire de “gordo amable”, al principio en
todo caso, antes del “mal”, antes del desastre?).

Nietzsche no entendió nada de la catástrofe inicial,

al menos de ésta porque de las demás sí sabía.

Creyó como todo el mundo que Sócrates no escribía,

que venía antes de Platón, quien escribía más o menos lo que él dictaba y por ende
lo dejaba escribir solo, como dijo en alguna parte. Desde ese punto de vista, N. le
creyó a Platón y no trastocó nada. Todo el “trastocamiento” permaneció incluido
en el programa de semejante credulidad. Es cierto a fortiori, según un a fortiori
cada vez diferente y listo para irse al diablo de otra manera, en lo que a Freud y
Heidegger respecta.* Ahora bien, mi tarjeta postal, mientras la desvarío o mientras
la envío, en medio de estos celos que siempre me han espantado a mí mismo,

mi tarjeta postal lo trastoca todo, ingenuamente.

Alegoriza, en todo caso, lo catastróficamente no sabido de la orden. Por fin se
empieza a no entender qué quiere decir venir, venir antes, venir después, prevenir,
volver a venir - y la diferencia de generaciones, y luego heredar, escribir su
testamento, dictar, hablar, escribir bajo dictado, etc."



"Vas a pensar que venero esa escena catastrófica (mis nuevos fetiches, el “hit”
del verano):

Plato de maestro en erección tras el alumno Socrates,

por ejemplo, y al decir “catastrófico”, pienso, claro, en el trastocamiento
y en las relaciones invertidas, pero también, repentinamente, en el apótrope y
en lo apostrófico:

p. un padre más pequeño que su hijo o que su discípulo,

llega a ocurrir, p., a menos que se trate de S.

al que se parece tanto,

endemoniadamente, p., pues, lo enseña, a S., lo enseña

(a terceros) y al mismo tiempo le enseña la vía por seguir, lo envía, y al mismo
tiempo lo increpa, y eso siempre equivale a decir “vete” o “ven”, fort, da. Fort/da
de S. y p., allí está, toda esta ontología de tarjeta postal.

Lo que deja extrañamente sin explicación, es el hecho de que se dirige, él mismo, a S.

o a otros más allá de S., pero cómo saber plato/Socrates, a o/o a. Fíjate bien en sus
caras como carretes, el casco de Platón plano como un plato y la a de

Sócrates que imita

con el nombre por encima de la cabeza la forma misma de su capucha. Todo lo
anterior me parece muy profiláctico, preservativo, hasta el punto sobre la
pequeña p.

Pero ¿quiénes son? S es p,

mi ecuación tiene dos incógnitas. Siempre me ha encantado ese fragmento de
Más allá del principio de placer donde, después de tantas hipótesis laboriosas
y tantos rodeos inútiles, Freud termina por declarar, con un tono de aparente
incomodidad en el que sin embargo siempre me ha parecido adivinar cierta
satisfacción maliciosa: el resultado al que por fin hemos llegado es que en lugar
de una incógnita tenemos dos. Como si de alguna manera eso pudiera ser
registrado como un beneficio. Registra, mira, fíjate en esa palabra,

Sócrates lleva un registro (a escondidas, de lo que el otro, el torpedista, le robó,

de los fondos que desvió, de la moneda falsa que a su efigie mandó imprimir.

A menos que la efigie sea aquí la de los dos mayores falsificadores de la historia..."



LA TARJETA POSTAL De Sócrates a Freud y más allá

Jacques Derrida

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