El estilo del delirio en la escritura

lunes, febrero 03, 2014



"La visita a Londres es nuestra visita a la Pitonisa. Allá abajo está Turner. Al mirar sus cuadros comprendemos lo que quiere decir franquear el muro y, sin embargo, permanecer, hacer pasar flujos de los que ya no sabemos si nos llevan a otro lugar o si vuelven a nosotros. Los cuadros se escalonan en tres períodos. Si el psiquiatra tuviera algo que decir, podría hablar sobre los dos primeros, aunque, en verdad, estos son los más razonables. Las primeras telas son catástrofes de fin del mundo, avalancha y tempestad. Turner empieza por ahí. Las segundas son como la reconstrucción delirante, donde se oculta el delirio, o más bien van a la par con una alta técnica heredada de Poussin, Lorrain, o de tradición holandesa: el mundo es reconstruido a través de arcaísmos que poseen una función moderna. Pero algo incomparable ocurre al nivel de los cuadros del tercer grupo, de la serie de los que Turner no enseña, que mantiene secretos. Ni siquiera podemos decir que está muy avanzado con respecto a su época: algo que no pertenece a ninguna época y que nos llega desde un eterno futuro, o huye hacia él. La tela se hunde en sí misma, es atravesada por un agujero, un lago, una llama, un tornado, una explosión. Podemos volver a encontrar aquí los temas de los cuadros anteriores, su sentido ha cambiado.

La tela está verdaderamente rota, rajada por lo que la agujerea. Tan sólo sobrenada un fondo de niebla y oro, intenso, intensivo, atravesada en profundidad por lo que viene a rajarla en su amplitud: la esquizia. Todo se mezcla, y ahí se produce la abertura, el agujero (y no el hundimiento).

Extraña literatura anglo-americana: de Thomas Hardy, de Lawrence a Lowry, de Miller a Ginsberg y Kerouac,

los hombres saben partir, mezclar y confundir los códigos, hacer pasar flujos, atravesar el desierto del cuerpo sin órganos. Franquean un límite, derriban un muro, la barra capitalista. Y ciertamente fracasan en la realización del proceso, no cesan de fracasar en ello. Se cierra el callejón sin salida neurótico —el papá-mamá de la edipización, América, el retorno al país natal — o bien la perversión de las territorialidades exóticas, y además la droga, el alcohol — o peor aún, un viejo sueño fascista.

Nunca el delirio osciló mejor entre un polo y otro. Pero, a través de los callejones sin salida y los triángulos, corre un flujo esquizofrénico, irresistible, esperma, río, cloaca, blenorragia u ola de palabras que no se dejan codificar, libido demasiado fluida y demasiado viscosa:

una violencia en la sintaxis, una destrucción concertada del significante, sinsentido erigido como flujo, polivocidad que frecuenta todas las relaciones.

El problema de la literatura está mal planteado, a partir de la ideología que sustenta o de la recuperación que de ella realiza un orden social determinado. Se recupera a la gente, pero no las obras, que siempre despertarán a un nuevo joven adormecido y echarán su fuego más lejos. En cuanto a la ideología, ésta es la noción más confusa ya que nos impide captar la relación de la máquina literaria con un campo de producción y el momento en que el signo emitido agujerea esta «forma de contenido» que intentaba mantenerla en el orden del significante. Ya hace bastante tiempo, sin embargo, que Engels mostró, a propósito de Balzac, de qué modo un autor es grande, ya que no puede impedirse que tracen y hagan correr flujos que revientan el significante católico y despótico de su obra, y que necesariamente alimentan en el horizonte una máquina literaria.

Esto es el estilo, o más bien la ausencia de estilo, la asintaxis, la agramaticalidad: momento en el que el lenguaje ya no se define por lo que dice, y menos por lo que le hace significante, sino por lo que le hace correr, fluir y estallar — el deseo. Pues la literatura es como la esquizofrenia: un proceso y no un fin, una producción y no una expresión."


Deleuze

You Might Also Like

0 comments

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images